La San Antón de Jumilla’24

Comienza el año y sin darme cuenta me veo en la línea de salida de una aventura a la que le tenía echado el ojo desde hacía muchos años. Tengo el presentimiento de que este nuevo periplo vital va a ser en el que las cenizas del ave Fénix que llevo dentro se conviertan en meras ascuas y Sincrolador vuelva a volar con fuerza y sin miedos, sin presiones, lleno de energía e ilusiones.

Con todo bien pertrechado en la ranchera, pongo rumbo a Jumilla donde su trigésima primera edición me está esperando. En el camino The Cars, con sus míticos acordes y sus temas tan eléctricos, hacen que apenas sienta el transcurrir de los kilómetros y minutos. Consigo aparcar en las postrimerías del evento y me acerco caminando a recoger mi dorsal. Es inevitable encontrarse con caras conocidas, a las que dar un apretón de manos y desear una buena etapa. En el fondo somos una gran familia, dividida en infinidad de clanes, pero nos conocemos casi todos.

Siempre hay un café que tomar antes de competir, y es el momento de llamar a David González (entrenador y dietista) desde noviembre de 2023, a quien conozco de viejas aventurillas por tierras alicantinas y con quien estoy alcanzando una buena sinergia. Sin tenerlo preparado, nos llamamos por teléfono y curiosamente estamos cada uno en el extremo opuesto de la barra de la misma cafetería. Unos abrazotes y me presenta a su equipo: COOLWEAR CYCLING TEAM (Zoel,Alex, Urbano, Wee, Maki, Jorge y Paco), y nos emplazamos en la línea de salida para dar juntos la primera pedalada.

Ataviado con las galas de Últimos Moriscos, equipación que debuta esta mañana su andadura por los infiernos del ciclismo de montaña, me dispongo a calentar un poco la musculatura de las piernas y a subir la temperatura del motor. Me intercepta sin avisar mi cachorro favorito, Antonio Martínez. Morisco de vocación y también de equipación, aunque hoy va de incógnito con ropas seglares. Nos ponemos al día de nuestros tejemanejes y entre pedaladas vamos buscando con la vista a David para hacer las presentaciones oportunas, momento en el que se nos une nuestro fortunero ilustre Paquito, con su látigo bien encerado para “azotar” a los “Pro’s” que se crucen en su camino con ínfulas de dignísimos.

El ambiente es acogedor y muy nuestro, muy ciclista. La organización ha puesto mucho cariño en todo y se nota. Con algo más de sesenta pulsaciones por minuto, arranco tras escuchar la cuenta atrás por megafonía. Cero nervios, mi pretensión es hacer lo que no he hecho nunca, y no es otra cosa que divertirme sin mirar tiempos ni cifras, sino pedalear como me pida el cuerpo y disfrutar de todo lo que estas tierras jumillanas nos tienen dispuesto para nuestro deleite deportivo.

Los comienzos han de ser rápidos, hay que ir buscando hueco lo más adelantado posible para evitar tapones y retenciones. Tampoco me voy a matar, pero si que voy a un ritmo alto y con las pulsaciones disparadas a los pocos minutos de haber despegado. Pierdo a todos los compi del equipo alicantino y me diluyo en la marea de color que comienza a subir por caminos y andurriales de lo más rústicos.

El inicio ofrece una paisajística preciosa, pequeñas sierras, zonas de altiplano que se pierden en la lontananza, tierras de cultivo, manchas de masa forestal que nos van anticipando la inmersión en nuestros preciosos bosquetes mediterráneos. Desconozco los topónimos de la zona, soy lego en todo, me siento un verdadero extranjero en tierras ignotas para mí, no me he entretenido en alimentar mi curiosidad bibliómana con datos los días previos, esto de hoy es un nuevo orden que quiero implantar en mis competiciones: ir a la aventura e intentar acabar incólume.

La temperatura es maravillosa, me permite vestir de corto y llevar un chaleco cortavientos, con el que voy jugando, abrochándolo o abriéndolo, dependiendo de si voy subiendo y sufriendo, o bajando y disfrutando. Los augures no podían haber hecho mejores predicciones.

Poco a poco voy alcanzando mi sitio en carrera, en los repechos voy adelantando compañeros y también me rebasan otros que igualmente van buscando su posición en esta marea multicolor que hoy engalana estos predios del Altiplano. Hay un ciclista al que voy adelantando en ocasiones, y que a la par me devuelve la moneda, mostrándome su rueda trasera, siendo él quien en un momento dado me nombra y descubro que es Jorge Guasch. Nos echamos una risas porque le digo que no le había reconocido y era el centro de mi diana en cada repecho.

Como si lo tuviésemos entrenado, nos vamos alternando y rodamos más rápido que cuando íbamos haciéndonos “la goma”. En los momentos que el terreno nos lo permite rodamos en paralelo y charlamos, aunque los mejores momentos son en los que nos perseguimos por este singular catálogo de sendas vertiginosas. Veredas que tienen un estado de rodaje inmejorable, hace unos días llovió un poquito, lo suficiente para quitar el polvo y dejar el terruño especial para pilotar sobre él.

La velocidad por éstas es peligrosa, a pesar de no haber rodado nunca por ellas, te atrapan y te van seduciendo curva a curva, con sus escalones rocosos y quebrados, con esos peraltes tan locos en algunas ocasiones, en los que llevo la tija telescópica bajada al máximo y puedo hacer que la rueda trasera derrape conmigo sentado, sin tener que hacer uso de los frenos. Son momentos en los que la cabeza de un ciclista es como la cabina de un avión comercial, todo son luces y alarmas, que lucen parpadeantes y estridentes. Sin ser consciente vas mirando unos metros por delante, leyendo el terreno, anticipándote a cualquier elemento a sortear. Escrutándolo todo y procesando información en milisegundos. Manejando el manillar de forma que la bicicleta pueda seguir el rumbo correcto, interpretando las reacciones de la rueda trasera (los que tenemos bici rígida) y controlarlas para que la tracción sea la adecuada y óptima. Sintiendo la presión de los neumáticos en cada pequeño rock garden, en cada pequeño escalón y salto. En comunión cuerpo y bici, haciendo que el cuadro gire a donde el cuerpo le pida, sin rechistar y buscando la postura más propicia y segura. Es una verdadera vorágine el recorrido de estas sendas, que si hay que añadirle bondades no puedo olvidar contaros lo embriagador de la fragancia de ese olor a romero, a jaras, retamas, tierras rojizas hoyadas por los compañeros que ya las han lacerado con sus rugosas y heréticas cubiertas de negro caucho taqueadas.

En el ecuador de la aventura entramos en la población y vamos directos por la calle de la Estafeta cual reses camino a las leoninas arenas de una plaza pamplonica. Nuestro destino no es ser lidiados, sino el de coronar y conquistar las tan temidas rampas que desembocan a los pies del Castillo de Jumilla. Este momento es muy especial, la multitud se agolpa en los márgenes de la subida, con un vocinglero espectacular en el que no sólo suenan gargantas llenas de ánimos que regalarnos, sino que braman bocinas, cencerros, carracas y hasta gente con cacerolas que golpean con nervio. Momentos en los que cada grito, cencerrazo, aplauso, etc, etc… te suben la moral y te dan un plus de fuerza que aplicar a las bielas y sentirte especial por no bajarte y rendirte a la molicie que siempre es la opción más cómoda. Las rampas van repleglándose en curvas de herradura sobre la ladera de la colina, y a cada giro de manillar la pendiente aumenta de forma descarada y obscena. Jamás hubiera imaginado que tocaba retorcerse sobre el manillar de semejante manera para impedir que la rueda delantera se despegue del suelo y poder seguir aplicando torque con rabia en cada pedalada. Jorge va unos metros por delante, nos vamos cruzando en las rampas de forma simultánea, manteniendo ritmos estoicos para nuestra condición de amateurs. Al llegar a los pies de la fortaleza, doy un gran resoplido, me pongo de pie, bajo la cadena varias coronas, me abrocho el chaleco hasta el gollete y comienzo a pedalear con fuerza, sin tener en cuenta que las pulsaciones han hecho tope en ciento setenta y siete, cifra que hace mucho no veía en la pantalla de mi gps.

Mi partener es una pequeña mancha en la lejanía, al llegar a la cima interpreta el recorrido igual que yo: a topeee !!!! Siento que mis fuerzas están a mi lado todavía y viendo el perfil que me queda por disputar no me voy a resignar al paseo, asoma desde mi más profundo yo, dando empujones y sin respeto, mi espíritu competitivo que me dice que ya está bien de jugar, que es hora de soltar a la bestia que todos llevamos dentro cuando le ponemos un dorsal al manillar de la bicicleta. No puedo contener a ese inmisericorde que corre ahora por mis venas, y tanto la bajada del castillo como las sendas siguientes las acometo enfadado, con el ceño fruncido, en el más profundo de los silencios en mi interior, concentrado al ciento uno por ciento, evitando cualquier momento de delirio y tener un accidente. Es trepidante, sensación complicada de describir, posiblemente el torrente sanguíneo vaya desbordado de hormonas psicotrópicas, la conciencia alterada al máximo, sin capacidad de sensatez ni entendimiento, sólo quiero más, que no acaben las curvas, que mi cerebro no deje de impedir a la mano izquierda presionar la maneta del freno delantero. Se sucede una auténtica catarsis dentro del ciclista.

A pesar de ser un recorrido tan avieso, hay algunas rampas de hormigón escondidas que surten un efecto contrario al deseado, en vez de hacernos aflojar los ánimos, nos llaman a ponernos de pie y pelear hasta el último centímetro. Se acerca el final de esta batalla tan singular y hay que morir matando, prohibida cualquier estulticia que refleje desánimo o necesidad de usar lituo alguno en estos momentos. Las piernas responden, los ánimos no se dejan mellar por este pravo recorrido.

En una de las más alocadas bajadas del día, sin darme cuenta, se me ha caído el teléfono del bolsillo del maillot y justo cuando acaba la bajada cronometrada para el concurso del jamón a quien consiga el KOM, me pregunta un ciclista que iba tras de mí, si se me había caído el móvil, a lo que tocándome de forma nerviosa el bolsillo derecho de mi camiseta compruebo que está vacío. La rabia me inunda, porque tengo que deshacer este último segmento y perder ese ritmo tan desenfrenado, y despedirme de mi compañero de aventura, Jorge. He de volver sobre mis pasos para buscar mi aparato. La diosa fortuna se avalanza sobre mí cual rayo de sol al amanecer, y veo como un ciclista ataviado de negro impoluto, sobre una gran bicicleta eléctrica y sin dorsal me mira, interpretando mi rictus como el de alguien que busca algo con desesperación, y saca de su mochila mi cacharro negro lleno de polvo del camino a modo de rebozado. Mi faz cambia de forma radical y vuelvo a cabalgar con energía, en solitario, pero aún lleno de fuerzas que derrochar, sin antes haber agradecido de corazón a ese compañero que se hubiese molestado en coger el teléfono para buscar a su propietario.

Conecto con un ciclista local y los últimos kilómetros los hago siguiendo su trazada, por una trocha algaida, rapidísima y sin apenas desnivel, que nos conduce a la rambla desde la que arrancamos hace casi tres horas. Y por la que vuelvo a disfrutar de su cauce pedregoso y serpenteante, esta vez en sentido contrario, acabando en el puente que nos catapulta a la recta final, en la que decido gastar hasta el último cartucho, aferrando el manillar con fuerza, bajando la cadena a la corona de diez dientes, tensar mis lumbares e imprimir un ritmo de cadencia demoledora, con los brazos encogidos, buscando la postura que mejor pueda transmitir toda la fuerza de mis piernas a mi negra y vieja montura.

Al cruzar el arco de Meta, escucho mi nombre por megafonía, y un “dándolo todo”, que me sabe a gloria, a trabajo bien hecho, a satisfacción plena por haber acabado una carrera como esta en tan buenas condiciones y con tan buenas sensaciones.

Me reuno con Antonio, con David quien llega justo tras mi sombra, y más compañeros. Con rostros todavía adustos, cansados y con las respiraciones aún alteradas nos felicitamos y nos regocijamos de la buena mañana que nos han organizado.

Broche final: formar parte de la familia COOLWEAR CYCLING TEAM, para la temporada 2024. GRACIAS COMPAÑEROS !!!!

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