Otro año más… la vida sigue, el mundo gira sobre sí mismo, las personas pululamos sin detenernos, empujados por el paso del tiempo y sobre todo por nuestra propia existencia.
Este año no puedo decir que haya sido malo, pues ha tenido momentos agrios, instantes dulces, derrotas que parecían apocalípticas, tiempos en los que el tesón ha hecho que todo fuese en dirección a la normalidad, y por último un cuatrimestre celestial.
Comencé el año dolorido, con pocas o ningunas esperanzas de volver a subirme al cuadro de una bicicleta de montaña, de carretera o del tipo que fuese, con el único objetivo de vender mi rabiosa Scott Genius 50. Verla todos los días en el garaje de casa, acumulando polvo, y sintiendo como la grasa de sus basculantes iba secándose a la par que mis ánimos, era durísimo, esa bicicleta representaba la fuerza y las ilusiones del segundo post operatorio. Sentir como el dolor y la incapacidad volvían a diluir mi día a día, me llevó a deshacerme de ella, no podía seguir viéndola con todo lo que representaba, y peor aún, era la perpétua tentación, era mi sirena cantarina que me hacia sentir Ulyses.
Recuperado de la pérdida, mi objetivo se centró en el regreso a los mares, en la búsqueda de viejos escenarios que me harían franquear sin miedo los nuevos tiempos. Así fue, un revoltoso y coqueto kayak protagonizó los meses de verano, salpicándome el espíritu con la espuma de mar, nuevos amigos y la compañía de su actual remero, viejo amigo de la montaña y de mis azañas.
Pero cuando se tiene la mente inquieta es difícil resignarse y pasar página de una forma tan súbita, algo en mi interior me chillaba que mi etapa acuática había pasado, que me estaba aferrando al primer tronco a la deriva, que tenía que templar las fuerzas y ponerme a nadar hacia la orilla, llegar a tierra, a la tierra de mis montañas murcianas. Gracias a mi compañera, que a la vez es la mamá de mis hijos y la que unos días me sufre y otros me disfruta, iniciose una nueva búsqueda de soluciones.
¡Eureka!, una puerta se entorna, deja que la luz quiebre su quicio y me llame como el filamento incandescente a la polilla. En Alicante tenemos la clínica San Román, donde un veterano y curtido podólogo me ofrece una solución a mis padecimientos, que si bien son insignificantes si los comparo con el dolor ajeno no dejan de ser los míos, los que me turban y descentran al no dejarme ser completo, al recordarme a cada paso que algo funciona mal, que el dolor es perenne. Allí unas hábiles manos, una mente despierta y una praxis inmejorable, confeccionan dos trozos de plástico a los que podemos llamar medias plantillas, objetos ortopédicos que al primer paso sobre ellos me chillaron: ¡corre!, ¡salta!, ¡pedalea!, ¡haz lo que te dé la gana!
Y así lo he hecho, he sido obediente.
El seis de septiembre estrené un amasijo de tubos de aluminio M5, con unas ruedas algo mayores a las convencionales, exactamente: tres pulgadas más de diámetro, unos siete centímetros y medio más altas. Esa misma tarde las puse a rodar, a llenarlas de barro, con polvo de muchos caminos y a cargarlas de sueños que poco a poco van siendo realidades.
La bicicleta es negra, pero ha llenado de luz mis horas, ha tornado mi gris en blanco brillante, ha conseguido erradicar de los sabores de mi mesa el amargo, y el agrio, ha salpicado dulzor por doquier.
Al margen de las plantillas, el impulso más grande que he podido sentir a diario ha sido el de todos vosotros. Siempre hay personas especiales, amigos a los que difícilmente puedo expresar todo mi agradecimiento y cariño, así que aprovecho este último párrafo para gritar de forma ininterrumpida en el ciber espacio que me siento afortunado por teneros siempre a mi lado, os envío un fuerte abrazo desde este blog y espero poder devolveros la milésima parte de todo lo que me habéis dado.
Nos vemos en ruta.
→ Aquí os dejo el enlace al álbum fotográfico del 2011.