I Villa de Jorquera Btt’24

Febrero, La Manchuela, y con una previsión de sol radiante y temperaturas que van a alcanzar los veinte grados. Disputar así mi primera prueba del XVII Circuito Btt de la Diputación de Albacete 2024, es una gozada. Visto de corto y me aplico una fina capa de crema protectora con factor cincuenta, mi ya veterano pellejo lo vale.

Hoy arrancamos desde La Villa de Jorquera: singular y escarpada. Asentamiento preciado desde el principio de los tiempos, donde su castillo y unas murallas almohades dan cuenta de su importancia; y las continuas idas y venidas de reyes cristianos suscita que estas tierras tuvieron y tienen un grandísimo potencial, tanto humano, como geográfico y comercial.

Además de ser mi primera cita con el circuito provincial de Albacete, también es mi debut con el equipo COOLWEAR CYCLING TEAM, que este año me ha acogido con cariño, sintiéndome encantado y agradecido, pues adoptar en sus filas a un M50 como yo, no va a dar frutos en los podios, pero si muchas aventuras que narrar y recordar, sintiéndome un buen embajador de sus colores y patrocinadores. GRACIAS COMPAÑEROS, garantizo dejarme el alma en cada una de las competiciones en las que vista los colores del COOLWEAR.

El viaje de llegada ha sido largo, pero los temas de The Cars, han suavizado los  ciento sesenta y cinco kilómetros, y las casi dos horas de coche que he empleado para llegar a mi destino. Los nervios siempre van a flor de piel, aunque no me juegue nada, ya que mi asistencia es meramente lúdica, sintiendo esas mariposillas corretear por mi interior, haciéndome sentir una excitación maravillosa que es difícil de describir. 

Dorsal anclado al manillar, saludo a los compañeros del equipo que están cerca (Antonio, Zoel, Maki, Dani, Noe y Fran) con quienes comienzo a calentar correteando por las callejuelas de la población. Los PRO sacan sus rodillos y se ponen a la faena, sumándose a la estridulación que envuelve el castillo y sus alrededores. El sonido de los rodillos puede llegar a ser hipnótico, prefiero alejarme y disfrutar de las vistas. Las panorámicas de este enclave son un tesoro para el recuerdo y un bálsamo para el alma.

Me coloco en el cajón de salida, y tras escuchar la cuenta atrás, me convierto en uno de los cuatrocientos cincuenta ciclistas que se han desplazado a estos predios para disfrutar de una buena mañana de ciclismo de montaña. Las salidas son mi punto débil, me cuesta mucho poner el motor al máximo, aunque no me rindo a la molicie.  Prefiero ir suavemente ganando posiciones en los primeros kilómetros, que suelen estar diseñados para que el pelotón se vaya deshilachando, y que cada uno vaya encontrando su ritmo sin ningún tipo de “tapón”. Hoy anecdóticamente salimos cuesta abajo y retorciendo los manillares en curvas de herradura asfaltadas, en las que el más mínimo error puede costar una fea caída, así que sin ser conservador en exceso decido ser prudente.

Salimos a campo abierto y el camino nos regala unos maravillosos charcos de barro bastante líquido que se encarga de llenar de lunares marrones y rojizos, al más puro estilo folklórico, mi inmaculado maillot albo de Últimos Moriscos. Muchos frenan en demasía al llegar a los charcos y sufren derrapajes que les sacan del camino, y otros acaban cayéndose de forma estrepitosa. Mis nuevos neumáticos me piden charcos, así que nada de frenar, hoy toca ponerse de barro hasta “la cencerreta” y así dejar constancia de que se ha librado una buena batalla rural. 

Estos caminos son bellísimos, se puede pilotar a gran velocidad pero a la par contemplar el entorno. Son caminos que no te permiten llevar una cadencia fija, rápidos y que requieren muchos cambios de desarrollo, me encantan estas zonas, son lo más parecido a mi área de entrenamientos. Estas tierras tienen colores distintos a las que me suelen llenar la vista en Murcia, son más oscuras, huelen fuerte al hoyarlas con los tacos de mis cubiertas, ese aroma a terruño es mágico, envuelve la carrera en un halo especial. 

Antes de lo esperado nos metemos en un laberinto de sendas rapidísimas que tienen de todo: peraltes divertidísimos, bajadas repentinas, mini trialeras en las que echar el culo atrás pero sin apretar mucho los frenos. Nuestra trazada está dibujada sobre el verdín del suelo, casi como si un carril bici ecológico hubiese sido diseñado para esta mañana. Sorteamos atochas de esparto que ocultan los requiebros tan divertidos del track. Hasta pequeños escalones en los que hay que tirar de manillar con fuerza y meter un buen empujón a los pedales para sortear estos obstáculos tan propios. 

Hay gente por doquier, nos animan, nos jalean con entusiasmo, menudo ambientazo y el sol brillando cada vez con más fuerza, qué más se puede pedir.

Un paraje lleno de parrales o de vides altas, no sé diferenciarlos, me encanta, lo bordeamos en nuestro periplo y me hace sentir que recorro una comarca especial, llena de historia y buenos caldos. A veces fantaseo en demasía y cuando me vengo a dar cuenta estoy bajando el ritmo de pedaleo y me tengo que poner las pilas a mi mismo, pues es el momento en el que me adelantan por ambas bandas y son los mismos a los que hace un rato les he sobrepasado con suficiente comodidad.

Los escenarios en esta carrera se suceden en cuestión de segundos,  lo mismo vamos por una senda rápida a campo abierto que vamos encajados por un desfiladero que ha sido moldeado por la acción orogénica del agua y del paso del tiempo. Son pocos kilómetros los que tenemos que recorrer hoy, pero que bien elegidos por parte de quien ha diseñado el circuito. 

Algo que gratamente me ha sorprendido es ver que más gente de la que pudiese imaginar ha reconocido los colores de mi equipación, gritando a mi paso: Últimos Moriscos Ricote !!!, incluso una voz envuelta en una barba, me dice que me conoce y al preguntarle quien es, me desvela que es el bueno de Fran Olmeda, padre de La Marabelix. En cuanto el terreno nos permite ponernos en paralelo nos saludamos, y nos ponemos al día con respecto a la próxima aventura conquense que tengo pendiente, pues hace dos años me dejé un pulgar en su “mar de piedra” y tengo que reconquistar aquellos lares de Iniesta. 

Apretando muslos nos conformamos como dúo y nos vamos relevando,  devorando kilómetros, sin importarnos algunas subidas con un buen nivel técnico, ni esas sendas que bordean acantilados que caen sobre las aguas del Júcar. Es un no parar de pilotar por algaidas veredas divertidísimas y que no permiten el más mínimo error o distracción.

En la lontananza se ven las casitas de Jorquera y su castillo, sobre su promontorio, y pensamos que llegamos al final de la batalla, pero no vemos los gigantes que estas tierras manchegas nos tienen reservados. Nada de acabar, sendas y más sendas, subidas muy exigentes en las que los más bregados se bajan y en las que sólo en un par de ocasiones me he descabalgado, acometiendo la gran subida zigzagueante despacito, eligiendo bien cada pedalada a pesar de llevar compañeros caminando frente a mí. Fran se marca un tramo bastante complejo a lomos de su recién estrenada bicicleta y me veo gritando a los demás ciclistas que dejen paso y respeten semejante derroche de vatios y habilidad. 

En la pantalla del gps leo que me faltan casi doscientos metros de desnivel acumulado positivo y no entiendo cuando los vamos a subir, aparentemente estamos llegando al pueblo, bordeando el río y disfrutando de falsos llanos con desnivel negativo a gran velocidad, adelantando a un gran contingente de ciclistas que van disfrutando de la mañana a su ritmo.

Llegados a la carretera que sube a la localidad  toca subir unas buenas rampas de herradura, incluso tramos de piedra desnuda y escalonada que hacen que mi frecuencia cardíaca suba a ciento ochenta y seis pulsaciones por minuto, hito que pocas veces veo en pantalla, los diésel somos de régimen de fc bajo. Las piernas van frescas, con ganas de batalla, no han transcurrido aún dos horas desde que di el primer golpe de biela, y las tengo bien acostumbradas a sufrir durante horas sin descanso ni tregua, con el sello de “Gonza”, que las está moldeando día a día a su estilo con sus entrenamientos. 

Fran va abriendo paso, yo voy a la zaga, el aliento se desboca en mi garganta, nos han diseñado un trazado por las callejuelas más crueles de Jorquera, en las que bajamos como diablos y de repente hay que subir todo el desarrollo para vencer cuestas inverosímiles, sin entender qué está sucediendo nos alejan y nos acercan de la zona urbana. Vamos inmersos en una grupeta de unos siete hombres con ganas de llegar, que va estirándose y reagrupándose por segundos, nadie se deja sobrepasar, todos queremos llegar dejando hasta la última gota de sudor sobre los cuadros de nuestras bicicletas. En cada cruce o quiebro hay algún lugareño dando ánimos y señalizándonos la vía a seguir, para  que nadie pueda equivocarse a estas alturas de la mañana.

Recta final, Marabelox se ha quedado con las piernas vacías en estos últimos apretones urbanos, no sería caballeroso soltar embrague y dejarle solo, así que levanto el pie del acelerador y le espero, tendiéndole mi mano izquierda para que podamos llegar juntos a meta, como buenos deportistas que han pasado un rato único y maravilloso disfrutando de este deporte que nos tiene tan trastornados.

Al acabar me encuentro con Joaquín de Fundación Cris contra el cáncer, nos ponemos al día, esperamos a Marco Arroyo y nos vamos juntos a la zona de catering. Allí me reúno con mis salvajes del CoolWear, que han llegado todos y nos tomamos un buen pan de pueblo con tortilla insertada, a la salud de Antonio CG que ha subido al podio como un león, quedando segundo de su categoría.


  De esta guisa, de cachondeo, con cerveza, bocata y torreznos doy por finalizada mi primera aventura albaceteña del año. Mejor imposible. Noelia nos ha inmortalizado en varios momentos del evento, Santi también, y con una foto de grupo inmejorable damos fin a «I Jorquera Btt 2024».

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