BICIMUR, pasea por La Pila.

      531833_498774936830515_458911197_na    Una mañana más salgo de puntillas por el pasillo, bajo las escaleras descalzo, con las zapatillas en la mano, sin encender la luz del rellano, intentando hacer el menor ruido posible, casi de puntillas. En casa todos duermen, gozan del fin de semana, sin colegio unos y sin oficina la dueña, ¡y yo que tengo el día libre!, en vez de esperar a que la pereza me tire de la cama, pongo el despertador a horas que no están teñidas por la luz del sol. Todo ello, ¿para qué?, pues: para irme de ruta con mi bicicleta de montaña. Sólo aquellos que practiquen deportes análogos al mío, creo que me pueden comprender, creo que entienden que un día libre es el mejor para madrugar al máximo, y gastarlo haciendo algo que nos llena y nos hace sentir vivos. Si a todo este escenario le añadimos: un café espeso en la cafería, y un atracón de punteos ametrallantes del bajo de Steve Harris, la mañana comienza de manera inmejorable.

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   El termómetro está escaso de mercurio, apenas cuatro grados nos envuelven en La Garapacha. Aún faltan diez minutos para que sea la hora convenida, así es que me voy a quedar en el interior de mi furgo, con la calefacción del asiento encendida, y cambiando el CD, ahora es Metallica quien me está haciendo hervir la sangre. Sobre el cerro que tengo frente a mí comienza tímidamente a asomarse el disco solar, la luz va cambiando.

                En cuestión de un par de minutos llegan tres coches cargados de aguerridos ciclistas. Dámaso, Toni, Mariano Vicente, Jesús y Ángel. Tras unos buenos apretones de manos, nos movemos rápidamente y en un tris están las bicicletas y sus jinetes listos y enjaezados.

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                Atravesamos la pedanía y desobedecemos los carteles que indican cómo llegar al parque regional de la sierra. Todos esperan atravesar el famoso túnel del barranco del Mulo. Lo van a hacer, antes de lo que se espera, creo que todos tienen en mente que la roca horadada está escondida por el corazón de la sierra y nada más lejos de la realidad. El boquete horadado en la roca a pico y barreno en tiempos remotos, no deja indiferente a nadie, todos quedan gratamente sorprendidos y disfrutan con jocosos comentarios al tiempo que calibran si es posible ciclarlo en su totalidad.

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                Después de las fotos de rigor, donde los contraluces son los protagonistas, nos metemos de lleno en la serranía, porque la montaña la alcanzaremos más tarde, ahora toca bordear el pico del Águila y rodar disfrutando de la preciosa desembocadura del barranco del Mulo sobre la pedanía molinera de “El Rellano”. Antes de que las aguas de lluvia se pierdan por semejante escorrentía, reciben la sombra de varios peñascos y collados de una belleza impresionante, donde los pinos nacen sobre la agreste roca y juegan a lo imposible con la gravedad. Vamos camino de una temida subida, llevamos rumbo a: “Peta-Peta”, pero justo en el punto donde el mapa se pliega para darnos impulso, nosotros nos desviamos por un viejo camino de senderistas, roto y culebrero, que nos deja a los pies de la que yo siempre llamo: Rambla Chica.

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                Son unos minutos bonitos los que se ruedan por esta rambla, vamos sobre un lecho de pequeños bolos, flanqueados por adelfas de color rosa y blanco, de grandes romeros en flor, de jaras que comienzan tímidamente a florecer, de mucha salvia en los márgenes, que al pisarla con nuestras ruedas desprenden un aroma divino, el aire se llena de efluvios maravillosos. Bajamos sobre grandes lascas de pizarra, y siguiendo el curso seco que las aguas de lluvia han ido excavando entre grandes piedras de arenisca. Las antorchas de esparto no faltan, son las que rellenan de color el paisaje, con sus penachos ondeantes. Lo bueno, dura poco. Comienzo a escuchar el crujir de los cambios, la tensión de las cadenas se siente en el aire y creo que si afino el oído, también puedo escuchar la tensión de mis compañeros que están apretando riñones, adelantándose al máximo sobre el sillín y apretando dientes y puños. Una sendita de piedras sueltas y desnivel grosero, nos despierta del pastoril y bucólico paseo por la rambla. Comienzo a rodar en solitario, esta cuesta es una buena amiga mía y no necesito mucho desgaste para subirla en un santiamén. Al cabo de unos seiscientos metros, más o menos, conecto con la pista que sube desde la carretera de la Estación de Blanca, hasta el Mojón de las Cuatro Caras, pasando por la derruida pedanía de San Joy. En este punto es donde nos reagrupamos por primera vez esta mañana.

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                En breve todos los alientos están recuperados, y charlando sobre el origen de algunos topónimos de esta sierra, y sobre los moradores que ocupan algunas casitas de San Joy, vamos subiendo y subiendo, nuestras ruedas tienen orden de llevarnos hasta la cara Norte del Caramucel.

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                Vamos recordando viejas batallas, todos tenemos alguna que contar. En un grupo donde uno habla y cinco escuchan, alternando el uso de la palabra, y gozando de las experiencias ajenas llegamos a los pies de unas peñas arrogantes, altivas, significativas. Son las peñas de San Isidro, hábitat de la Chova Piquirroja, el Halcón y el Águila Real. Aflojamos el ritmo y hacemos algunas fotografías. Sopla viento y los córvidos no salen a nuestro encuentro, se me hace raro deambular por este paraje sin escuchar sus graznidos. Las vistas panorámicas bien merecen que nuestra manera de pedalear sea lánguida.

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                El ascenso acaba, las maravillas geológicas y botánicas, no. La pista que nos va a conducir hasta el refugio de Pino Pelado, es un interesante escaparate de pizarras degradadas, de calizas ferruginosas, de barrancos de umbrías perpetuas y de bosquetes de madroños, lentiscos, encinas y cornicabras, salpicados de algunos cipreses atávicos y pinos que las ardillas se han encargado de reforestar de forma anárquica y natural. Contemplamos fallas y pliegues, todo ello sin tener que pasar las páginas de un libro de ciencias, lo tenemos a nuestros pies, el espectáculo es público, la sierra se desnuda ante el caminante.

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                Parece un anuncio de televisión, estamos sobre el porche del refugio del Pino Pelado, y a nuestros pies, las pistas forestales zigzaguean hacia el horizonte, en todas direcciones, con curvas que parecen imposibles, cicatrizando el verde tapiz del arbolado de La Pila.

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                Otro de los objetivos del día, amén de no sacar de punto a los veteranos, es el de visitar la cueva de la Excomunión, antiguo abrigo de piedra que desde el calcolítico, hasta Jaime Joseph Cayetano Alfonso Juan, alias “Jaime Alfonso el Barbudo”, ha sido hogar del hombre y de las bestias. Para llegar hasta esta bóveda lítica hay que abandonar por un momento nuestro camino, y por una algaida senda, encajada entre pinares y zarzales, subir hasta el cerro que la esconde. Todos nos sentimos abrumados por el tamaño de la cueva y por su ubicación. Yo la he visitado en varias ocasiones y siempre me viene a la cabeza la misma idea, y no es otra que la de hacer parada y fonda en sus entrañas, en alguna bonita noche de luna llena de verano.

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                Los ánimos veo que se han remozado con la excursión turística, en un momento nos vamos a plantar ante la senda más exigente de la jornada: la senda de La Fe.

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                Sé que no van a poder con ella, pero lo van a intentar, pues este estrecho paso, de furtivos y algunos ciclistas, tiene hartas dificultades, un abrupto y agreste suelo, lleno de toda clase de obstáculos que hacen del rincón, el sitio perfecto para nuestro deporte. Yo me la estoy tomando con más calma que nunca, no quiero separarme mucho de mis compañeros, y como tampoco he traído cámara de fotos, sigo sin parar, pero sin correr. Gracias a este silencioso ritmo consigo sorprender a dos águilas picoteando un jabalí. La escena es de lo más natural, posiblemente el jabato ha sido herido en alguna de las batidas que se están llevando a la práctica en estos fines de semana, y las grandes rapaces le han dado caza. Me llama la atención lo limpias que están las costillas del cochino montaraz, no hay ni un atisbo de que existiera carne en ellas. Creo que es una hembra,  conserva sus colmillos y son de escaso porte. Nos hacemos una foto, para recordar la anécdota y seguimos, nos queda el tramo final de la sendita, el último empujón.

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                La cara de mis amigos al acabar la senda es digna de recordar, les arden las mejillas, respiran como si hubiesen escapado de la Parca, y todos han dejado la bicicleta sobre el suelo de la pista y hacen estiramientos. Han conocido el rigor de la senda de La Fe, el próximo día les llevaré en sentido contrario, seguro que no sufrirán de igual manera.

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                Se acaba la ruta y la mañana, hace una hora que ha pasado el medio día, si fuésemos rigurosos y ortodoxos a la hora de ejecutar el trazado original de la ruta, todavía nos quedaría subir hasta los pozos de la  nieve y bajar por la senda de La Solana, llegando a nuestro punto de partida, dando fin a la ruta. Una breve asamblea improvisada en el cruce del mojón, decide que vamos a dejar esa porción del mapa, para días venideros, pues por hoy ya hemos tenido suficiente y es la hora justa para acabar, y llegar nuestros hogares a sentarnos a la mesa con la familia.

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                He podido disfrutar de la compañía de mi viejo amigo Mariano Vicente, con el que he compartido viajes y rutas. También he vuelto a rodar con Dámaso, con quien hacía años que no coincidía deportivamente. Y he conocido a Toni, a Jesús y a Ángel, tres excepcionales compañeros de ruta, a los que agradezco su comportamiento educado y la mañana tan divertida que hemos compartido.

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¡Hasta la próxima!

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3 comentarios en “BICIMUR, pasea por La Pila.

  1. Mariano Vicente

    «Uno habla y cinco escuchan». Yo ni escuchar podía, bastante trabajo tenía para poder respirar. A sí, que tendrás que contármelo de nuevo, pero delante de esa oreja que ponen donde tu amigo el Peseta.
    Excelente mañana de amistad y mtb que pienso repetir, pues no pienso olvidar tu palabra de hacer la parte oriental de esa sierra, que tu también conoces. Espero con ansiedad nuestra próxima cita.

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