Rambla de los Arcos

Lo correcto es acostarse temprano, con una cena rica en carbohidratos, pero ligerita, nada de abundancias ni copiosidades, bastante agua y totalmente prohibido beber alcohol. Hasta ahí llegan los límites de la cordura y la normalidad, pero no siempre se puede ser normal, ni coherente, ni mucho menos amigo permanente de la cordura. Son las fiestas de Ceutí y la calle en la que vivo está llena de vecinos que aman el buen mantel, el buen beber y el saber divertirse a la más mínima ocasión, tanto que se han propuesto ganar el primer premio a la calle más bonita del municipio sólo con el único propósito de celebrar una cena en honor a ese galardón.  En esos tablones también estoy sentado yo, cercano a las brasas y más aún a los trozos de panceta, chorizos, morcillas y demás florituras porcinas, sin menospreciar al pollo y a la chuleta de cerdo, que en toda barbacoa que se precie no debe faltar. Sustituyo el agua por cerveza, el café por zurra, primero con melocotón y después con pera. Así no se puede, no, así no… pero mañana cuando suene el despertador haré como que nada ha pasado y con sabor a pasta dentífrica iré al encuentro de mis amigos para irnos de paseo por una bella e ignota rambla en Ojós.

              Ya son varios los madrugones que dedico a esto de salir a caminar por el monte, donde una parte del recorrido es totalmente desconocida, y las ganas de descubrir y saber donde irá ese camino que tantas veces he visto pero que nunca he tomado, se amontonan.

                Nos falla un guerrero perilludo, pero hay que excusarle, está en el médico, a pesar de las horas tan intempestivas, cierto es que curándose está, el corazón es un músculo que requiere muchos cuidados.

                El resto de la recua la formamos: Ponce, Dani, Badi y el que os cuenta la batallita. Vecinos todos, amigos desde hace tiempo y compañeros de aventuras cada vez que se tercia. Amantes de los momentos de mantel y risotadas, que con fresca y rubia cerveza suelen ser ahogadas.

                Alguna legaña nos acompaña, pero los primeros pasos son cuesta abajo por una costera que nos lleva al primer escalón de nuestro ascenso por la rambla de Los Arcos. El perro de un labriego nos amonesta por pisar su terruño, pero nos malencaramos hacia él y sabe que tiene las de perder, así que con el rabo altanero retrocede y vuelve a su terreno.


                Tan sólo Dani y yo conocemos una porción del recorrido, nuestros dos acompañantes son primerizos, todavía no saben a qué sabe el agua de esta rambla, ni tan siquiera son capaces de imaginar lo que les queda por ver y sudar esta mañana.

                Un pequeño saltito y ya estamos dentro del cauce del arroyo seco. A la derecha un puente y la huerta de Ojós, Ulea y Villanueva del río Segura, donde seguramente morirá este cauce calizo que entre cárcavas vive encajado.

                La vegetación que encontramos a nuestro paso es maravillosa, un bosque de Taray que salpica las márgenes del camino húmedo, imagino que salado, pues esta variedad es de aguas salobres. También el romero se agolpa por estar entre nosotros, la espinosa mata de las alcaparras, viejas esparragueras espigadas, extrañas plantitas que viven a ras del suelo, algunas espinosas y otras con florecillas que alegran el lugar.

                Aunque sin duda alguna, los protagonistas del entorno son el hilillo de agua que va excavando su ruta en las areniscas y calizas rocas de este barranco y el genuino paisaje que nos regala la erosión.

                Nuestro itinerario siempre es ascendente, el gradiente es suave, pero continuo, llegará un momento en el que estemos a cientos de metros sobre nuestro punto de partida. También es ancho, tanto que a veces tenemos pequeñas dudas de por donde hemos de seguir caminando, pero con un rápido vistazo nos sobra  para encarrilar nuestra ruta por el paso idóneo.

                Hay un par de rincones que sorprenden la primera vez que se ven, aunque yo he pasado más de una veintena de veces y todavía me sigo quedando ensimismado. Primeramente llegamos a una sucesión de pequeñas piscinitas que han ido formándose por la acción del agua al ir descomponiendo y perforando la caliza y demás materiales sedimentarios. Es como una fuente balconada de tres pisos: el primero por donde aflora el agua, lleno de fino lodo amontonado en el centro; el segundo una especie de pila bautismal en la que se puede tomar un baño perfectamente, es un vaso de roca dura lleno de agua y con no más de cincuenta centímetros de fondo; y la tercera y última balsa es la que se forma al caer el hilillo rebosante a la rambla, formando un estupendo charco de fondo lodoso y para nada recomendable a la hora de elegir un lugar donde refrescarse. En este último estadio del capricho orogénico siempre se pueden observar las huellas de los jabalíes que se acercan a refrescar sus morros.

                Otra perla de características similares es un túnel horadado en un brazo calizo que se interpone al afilado y poderoso curso del agua. Es de obligado cumplimiento el pasar a través de él y hacer unas fotografías para el recuerdo. Cuando enhebramos el gran agujero con las bicicletas disfrutamos mucho sorteando un escalón que hay en su zona central, hoy caminando no le damos tanto valor, pero ahí está.

                Una vez acabado el momento lúdico, continuamos por estas grisáceas tierras, llenas de grava, cantos rodados y moluscos fosilizados de gran tamaño y muy buena conservación. No somos amantes de llevarnos ninguno en las mochilas, pero si de disfrutarlos mirándolos. Otro elemento que llama mucho la atención son los grandes cristales blanquecinos de cuarzo que siembran el camino, esta vez si que aprovecho para echarme un par de ellos al bolsillo, para que mis hijos los vean y los unan a su pequeña colección de piedras mágicas que tienen en su cuarto de jugar.

                Llegamos al cruce de caminos que siempre marca la ruta cuando vamos en bicicleta, hoy no vamos a seguir el camino de la izquierda, hoy toca ir a la derecha. Observamos unas rodadas de bicicletas de montaña y también de motos de cross, pero no sabemos lo que nos queda por ver, así que ampliando nuestras zancadas y aferrando las mochilas nos imbuimos en esta nueva aventura.

                El paisaje va cambiando, ahora no vamos llaneando, vamos subiendo, tanto que en algunos tramos unos farallones de rocas nos impiden el caminar con normalidad, teniendo que asirnos a los salientes y raíces para poder escalar los pocos metros que nos impiden el paso. Cuando lleguen las épocas de lluvias, estos parapetos han de ser unas cascadas preciosas, dignas de contemplar y si la cosa no es muy abundante, por qué no… también de recorrer.

                Las zapatillas de los cuatro ya hace rato que han dejado de estar impolutas, ahora tienen esa ligera pátina que va dejando el paso del tiempo y el chapoteo de nuestros pasos. Las camisetas llevan marcadas las finas gotas de agua salada que los tupidos Taray han salpicado sobre nosotros. Vamos camino de la hora de marcha y creo que en cuanto una sombra nos asalte en el camino, al estilo bandolero, vamos sin avisar, nos vamos a buscar unas piedras para sentarnos y dar cuenta de los bocatas que llevamos escondidos en las mochilas.

                Dani repasa su pie, está delicado, una ampolla sangrina le atormenta desde hace unos días, ha sido un gesto valiente el alistarse al batallón de los rambleros madrugadores, pero este pancín tiene el pellejo duro y además lo vende caro.

                Acabada la pausa, seguimos escrutando los rincones de tan bonito lugar, me siento como si estuviésemos recorriendo una cicatriz del Valle de Ricote. A ambos lados hay que levantar la cabeza para ver lo hondo que es nuestro carril, arriba los pinos se amontonan y las jaras, romeros y encinas aterciopelan la corteza de la sierra, dominados en todo momento por el monstruo pétreo del Cajal.

                Casi dos horas, esto no se acaba, no pensé jamás que sería tan larga la excursión. Los pasos los damos largos, pero entre saltar piedras, sortear árboles caídos, trepar grandes bolos de piedra que han quedado encajados en el camino, chapotear charcos que se niegan a apartarse, subir por laderas de tierra suelta, vamos adentrándonos en territorio inhóspito. Sólo hemos visto un sapo, algún pajarillo a primera hora, y muchas chicharras, además el silencio es envolvente, nos recoge a los cuatro en un paño cada vez que paramos para ver como continuar nuestro avance. Lo que si abunda es el conjunto de huellas de cochino salvaje y sus hocicadas en la tierra húmeda, aunque no he visto ni un solo mechón de jabato, cosa curiosa.

                Es la tercera vez que pensamos que no podemos continuar, que hemos de abrir alguna puerta de escape atravesando las laderas de nuestro corredor. La solución siempre es la misma, tirar de ingenio y de arrojo, escalando los ribazos y sorteando grandes obstáculos conseguimos volver al caminillo de fino pedregal. Es curioso como se agranda a capricho la rambla en algunos tramos, da la impresión de que vamos caminando por una pista forestal abandonada que la vegetación va invadiendo con el paso del tiempo y la indiferencia del hombre.

                El calor comienza a mellar los ánimos, llevamos agua en cantidad, pero nos vamos sofocando poco a poco y los churros de unos y la cena impropia de otros, van pasando factura. Las caras van algo flácidas, ya no sonríen como al alba, el sudor les confiere un brillo cerúleo, el exceso de temperatura nos ha transformado sin permiso en auténticos pieles rojas que andan de expedición en busca de algún rebaño de bisontes.

                Es un ejercicio de supervivencia pero sin riesgos, hemos de llegar pronto al final de esta aventura, el sol está demasiado alto y lo más inteligente es dar un doblez al mapa y regresar al coche. Así que aprovechando un tramo en el que muchos pinos caídos impiden con sus secas ramas el paso, iniciamos un destartalado ascenso por una escarpada ladera de margas y pizarras. Una vez arriba, las piernas nos cuentan lo sufrido que ha sido este último tramo. Ahora vemos a nuestra derecha la pista forestal que nos devolverá al mirador que domina Ojós.

          

         Otro avituallamiento, sentados ahora en un murete que refuerza una curva del camino forestal. Mientras movemos los carrillos a ritmo marcial, dos ciclistas bajan charlando  cómodamente y nos asalta el recuerdo de las tantísimas veces que hemos bajado como locos por estas curvas. Acabamos los suministros y con unos tragos de agua comenzamos a caminar de forma ordenada, con zancadas rápidas sobre un firme compacto y regular. Es cuestión de ocho o nueve kilómetros el llegar a la meta.

                Sin saber porqué, Pepe acepta mi ofrecimiento de ponernos a trotar, el camino pica hacia abajo y si todo sale bien podemos reducir el tiempo de exposición al solajero. Dani y Ponce, no ofrecen resistencia y también se apuntan al pelotón. Así durante unos cuarenta minutos. Desde el primer minuto me siento bien, mi pie no manda señales de aviso, está igual de resentido que su hermano derecho, son muchas horas de pateo y eso se nota, pero de la metatarsalgia no hay ni rastro, así que sigo trotando, con cautela pero sin pausa. A mitad de la carrerilla, los nenicos de la calle Turina se paran y optan por la marcha de zancada hermosa, Pepe y yo seguimos un rato más, tengo ganas de ver hasta donde llego sin forzar mis posibilidades.


                Como si lo tuviese previsto, el reloj marca las once y cuarenta minutos, y yo decido parar, prefiero seguir caminando, no he de abusar de las buenas sensaciones, por hoy creo que voy más que despachado.

                No nos paramos justo junto al coche de Ponce, preferimos quedarnos unos doscientos metros antes, hay una buena sombra donde poder estirar las piernas y esperar esos pocos minutos de diferencia que hemos sacado a nuestros amigos. Pocos, pocos, pues no hemos hecho más que acabar cuatro estiramientos y aparecen dos manchas rojas por la curva de arriba.

                Ahora el color que domina el entorno es otro, es el color de la cerveza, de las sardinas a la plancha, el de la sombra de la sombrilla en el bar de la esquina. Siguen siendo las fiestas de San Roque y hay que gozarlas al máximo. Nada mejor para recordar los momentos duros de la jornada que una buena mesa de amigotes en la que no dejan de correr las jarras de cerveza.

7 comentarios en “Rambla de los Arcos

  1. Luis Chorques

    Amigo y viejo judío, si repasas la crónica podrás sorprenderte a leer que las ampollas son del PELA69, un servidor tiene los pies de acero, es lo que tiene tanto quirófano y tanto podólogo 😉 Además mis zapatillas Salomon son una caña de cómodoas, ligeras y etc….

    Gracias por tus ánimos, por tu paso por el blog.

    Lo del track lo veo difícil, porque sabes que no gasto gps, pero si quieres hacerla sólo tienes que llamarme y nos llevamos la cantimplora y la mochila con el tupper lleno de caprichos murcianos.

    Un abrazo, Antonio.

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  2. shylock

    Estaba aqui solo en la oficina trabajando hasta que me he hartado y he decidido pasarme por este blog tan exclusivo, y la verdad es que ha merecido la pena.

    Como siempre Maese Chorques sorprende al visitante como una novedad que es más especial que la anterior.

    Por un casual, ¿no tendrá vuesa Merced el track de tan singular ruta con la que sorprender este viejo judío a sus amistades treckkineras????

    Me alegra verle en tan buen estado y luciendo cuadriceps, aunque esas ampollas finales le delatan que en esto del «trekking» o lleva vos poco tiempo, o esas zapatillas no eran las más idóneas por nuevas o por mo aptas.

    No trasnoche mucho que las fiestas ceutíes suben el colesterol y los triglicéridos como pude comprobar el sábado pasado en la bajada de San Roque de su Ermita al pueblo, muche tablero, mucho mantel de hule con cosas de comer encima, y mucho humo de barbacoas.

    Nada le dejo, y continuo con mis alegaciones contra el Plan Parcial San Roque II de Blanca que me tienen atareado en esta mañana.

    P.D. Si recuerda vuesa merced el 8 de agosto de 2010, hace un año y un día este humilde y viejo judío le acompañó en su salida por la Sierra de la Pila, Me alegra que el 9 de agosto haya vuelto a salir aunque sea andando.

    Salud y Karma…………………

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  3. Pela69

    La verdad es que se me hizo corta, no esperaba ver sitios tan bonitos como los que vimos. Entorno precioso y mejor compañia, da gusto, si señor. Esto hay que repetirlo muchas más veces, pero con un buen calzado, tengo los pies hechos «aletria»….

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    1. Luis Chorques Autor

      Huevicos… como no se te iba a hacer corta, estás acostumbrado últimamente a ruticas de esas infernales que no se acaban nunca.

      En cuanto a los pies, creo que deberías ponerte unas plantillitas que te mejoren la pisada y unirte al club «Salomon», no hay nada igual, son una gozada y más baratas que las que llevabas.

      Descuida que seguiremos explorando, el próximo destino lo podemos maquinar juntos al frescor de un tercio.

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    1. Luis Chorques Autor

      Es cuestión de organizarse, simplemente eso… ya me gustaría tener todos los fines de semana libres… ufffffffffffff que gozada, pero me conformo. He pasado del sofá y la muleta, al bocata de jamón campero y a las zapatillas de trail, no es mal cambio.

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