* Las Siamesas

Esta no es una tarde cualquiera, no es una tarde de ilegales en acción, de los cuatro convocados dos de ellos tienen mucho en común, tanto que ni ellos mismos lo saben. Ha sido una salida vespertina tan atípica que escasamente hay tres fotos que den fe del evento.

Pela69 y Lobezno están en la calle Turina abrochándose el casco y ultimando los detalles para entrar en acción. Los otros dos estamos en el aparcamiento del restaurante El Mirador. Un brillo especial destellea  desde las bielas de una negra fierecilla recubierta de ligero aluminio. Me froto los ojos, creo que estoy reflejándome en un espejo que agranda la imagen, todo, repito… todo es más grande que mi realidad física, pero a simple vista es idéntico. Frente a mi hay un casco azul y blanco de la marca Giro, como el que yo llevo, un maillot de los que asistieron a la XIII edición de la 101 kms de Ronda, identico al que llevo puesto, unas gafas grises del decartón con lentes oscuras como las mías, y lo más asombroso, una Scott Genius 50 del año 2010 con reformas XT entre las piernas de un tipo más grande que yo, con una mejor y más blanca sonrisa pero que se mueve igual que yo. No sé si son los cuarenta grados centígrados que me abrasan el cráneo o si es que he tomado alguna infusión alucinógena tras el medio día.

El misterio es, que la pura y mera casualidad, ha hecho que el día en el que las Siamesas van a rodar por primera vez juntas, sus jinetes también eligieran de sus vestidores las mismas prendas sin tenerlo concertado previamente. Si lo hubiésemos planeado no lo hubiésemos conseguido.

Pasados unos minutos de cachondeito llegan los zagalones de Ceutí, dispuestos a presentar batalla. El inicio es como cualquier otro día de ruta ilegal. Entre las huertas y acequias vamos dando pedaladas a modo de calentamiento, hasta que en las cercanías de la Venta Miguel nos clavamos de lleno en el terruño y vamos aferrando los puños con más energía. Los toboganes sólo los afrontan las siamesas, van en formación y dispuestas a modo de falange espartana, las híbridas se decantan por el atajo. Nos lanzamos en picado hacia lo más profundo de la rambla y la siamesa chica se come la posición de la Cube Lobezna y saltándole en su trompa se come una subida de las que exigen algo de energía. Pero ese cuadro alemán lleva un buen entrenamiento en las piernas y después de unos pliegues calizos me dejan vigilando la retaguardia. Menos mal que estoy acostumbrado a quedarme con los últimos para darles aliento, en esta ocasión es a mi mismo a quien tengo que ir esperando y animando. En estos tiempos soy carnaza sobre la bici y me tengo que conformar con ser esperado, que no es poco.

Entre espartos, fósiles y un aire recién salido del infierno, vamos a modo de procesionaria siguiendo el único camino que nos puede conducir a la carretera del trasvase. El pino gordo es la referencia. Escoramos a estribor y entre corrales de ganado, albaricoqueros y tahúllas en barbecho llegamos casi a la orilla del Segura. Pero ese no es nuestro rumbo, golpeando el timón de la escuadra nos inclinamos a babor y entre cañas entramos en la rambla de Los Arcos.

Sólo Dani conoce el camino, los otros dos dejan sus bocas entreabiertas al ver por donde están gastando su tarde. Comenzamos un ascenso por un seco cauce fluvial escavado en una masa ingente de calizas que duermen a los pies de la sierra de Ricote. El agua ha ido químicamente modelando un paisaje único, y difícilmente descriptible. El lecho es de placas de piedra fina grisácea, lamida por el agua, que garantiza un pedaleo constante y exento de barrizales. Algunos meandros han escavado verdaderos túneles por los que nos enhebramos, hay curvas por pasillos escalonados encajados en verticales paredes sedimentarias. El recorrido parece diseñado por Asimov, te sientes trasladado a otro planeta. Esto no  se parece a nada antes visto.

Se disfruta mucho cruzando charcos y siguiendo el hilillo de agua limpia que discurre bajo nuestras ruedas. Al ser tan profundo el desfiladero, el astro rey no puede lacerar nuestros pellejos con sus ardientes rayos. Hay una rica sombra que nos refresca los cuerpos y mucho más los ánimos. Pero no todo en esta rambla es disfrute. Llega un momento en el que hay que abandonarla y nos tenemos que preparar súbitamente para pelearnos con unas pendientes rotas y muy exigentes. Yo no me planteo culminarlas incólume, a la primera de cambio opto por bajarme de la bici, sé que es una misión imposible que en estos momentos pueda subir esas rampas y quedarme tan fresco en la cima esperando al resto. Esos días quedaron atrás, ahora no dejo de repetirme que hay que ir fraguando los cimientos de una nueva etapa deportiva y no puedo permitir que se agrieten, han de consolidarse bien si quiero volver al escenario maratoniano que abandoné cuando me puse malito del pie.

Con las piernas hechas “aletría” llegamos a la pista forestal que sube el Cajal. Los sabios dicen que nos estamos quedando si luz solar y que hemos de doblar el mapa y tomar el atajo más rápido para volver a casa. Sin reticencias subimos las cadenas al plato grande y buscamos la negra culebra asfaltada y saboreando sus rugosos arcenes llegamos hasta Archena. Aluking y yo decidimos afrontar un rato de pedaleo por la mota del río y abandonar la MU-533, no me gusta ir oscureciendo y sin luces, entre un tráfico intenso y rápido. Los pancines nos despiden en una rotonda. Poco a poco, y ampliando nuestra dieta con lomos de mosquitos vamos charlando y apretando el ritmo por Los Torraos.

La hora de la despedida siempre es la más rápida, un apretón de manos, unas sinceras sonrisas de amigo y nos convocamos para la próxima en el menor tiempo posible.

Una nueva tarde de deporte rodeado de grandes amigos y sensaciones.

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