* Pedales de lava

El creador de Pedales de Lava.... "Maxi Biela".Casi quince años han pasado desde la última vez que sentí en mi piel la frescura de las aguas del poderoso Atlante. He gozado de otros mares, pero ninguno ha suscitado tanta fascinación y entusiasmo en mi vida. En sus aguas descubrí las maravillas del mundo submarino. En sus aguas dejé dos años de mi juventud.

Desde hace unos meses, estoy dando vueltas en mi cabeza a un descabellado viaje. Donde una dura pugna no halla paz ni tregua. Esta contienda se libra porque he de dejar huérfana de padre y esposo, a mi familia, durante un espacio de tiempo bastante más largo del que yo quisiera hacerlo; y la necesidad de vivir una aventura única y embriagadora. Como no podía ser de otra forma, he terminado esta partida con resultado de “tablas”.

Dani y Maxi, 1ª etapaA continuación voy a intentar haceros partícipes de mi periplo lanzaroteño, acompañado entre otros, de mi buen amigo Daniel López Corbalán, al que muchos conocéis como “Pela69”.

“Un hormigueo propio de la situación estaba estrangulando mi estómago. Llevaba la frugal cena envuelta en una marejada de jugos gástricos. Mi mente iba escrutando todo lo que necesitaba para el viaje, intentando que nada se quedara olvidado en casa. El viaje fue cómodo y tal vez algo anodino, eran las primeras horas de la noche y aún no éramos conscientes de la aventura que estaba dando comienzo. El paso por el aeropuerto fue agotador, la terminal T-1 no tenía ni una maldita silla en la que poder sentarse el viajero a la espera de su embarque. Viendo como una señora pilotaba una ruidosa máquina abrillantadora pasaron las horas. El vuelo fue según lo previsto, incluso aterrizamos con diez minutos de adelanto. La mañana isleña había dejado atrás la negra noche madrileña. Ya habían pasado más de veinticuatro horas desde que retocé con Morfeo por última vez.

P1010034Lo primero que me sorprendió fue lo mágico que es el mundo de los recuerdos. La luz de la mañana me trasportó a Gran Canaria, parecía que estaba viviendo un día más de los que dejé en Las Palmas. Es como si no hubiese pasado el tiempo y siguiera destinado en el archipiélago. Un filtro especial envuelve el paisaje en esas latitudes. Me despertó de mi ensueño una joven con un cartelillo en alto, en el que se podía leer: “Pedales de Lava”. Nos acompañó a un taxi y como si junto a un piloto de fórmula uno estuviésemos sentados, llegamos a Puerto del Carmen donde nuestro bungalow nos estaba esperando. A media tarde entraron en escena Maxi, Chema y las Ghost. Una entrevista amistosa y agradable sirvió para pormenorizar y aclarar muchos detalles de las próximas cinco rutas que nos estaban aguardando, y que nos servirían para enamorarnos de aquella isla y sus gentes.

P1010039Un baño vespertino en la piscina nos despejó un poco, nos alejó los fantasmas del sueño y nos permitió poner a punto las bicicletas, ir a un supermercado a comprar algunas cosas necesarias y estrenar el comedor del Costamar. Pronto las sábanas nos aprisionaron y nos inmovilizaron hasta el alba.

La melodía “Fear of the Dark” de Iron Maiden comenzó a sonar y me desperté desubicado, no supe por unos instantes donde estaba, aquella escueta y oscura habitación era como un laberinto para mi. Mi sorpresa era que esa musiquilla correspondía a una llamada telefónica y no a la estrofa seleccionada para ser despertado. Mi dulce esposa me estaba llamando para felicitarme por mi trigésimo séptimo cumpleaños pero sin tener en cuenta que estábamos en husos horarios diferentes. Para ella eran las siete de la mañana y me imaginaba delante de un desayuno hercúleo y mayúsculo, pero nada más lejos de la realidad, eran las seis de la mañana y mis legañas aún estaban creciendo. Apenas acabar la conversación marital sonreí pues nos pasamos la vida escuchando eso de: “una hora menos en las islas canarias”. Entre los pitiditos del teléfono y los nervios del primer día, no pude volver a la cama, Dani me felicitó con un fuerte apretón de manos y una de sus mejores sonrisas.

Al igual que los toreros, nos vestimos de manera litúrgica, siguiendo un orden, con ritmo pausado, evitando pliegues, ciñendo todas las prendas al máximo. Muchas ilusiones estaban puestas en esa primera mañana. Nada quedó en manos de la improvisación, revisamos mochilas, herramientas, bicicletas de manera exhaustiva, alimentos energéticos y hasta un pequeño botiquín que siempre llevo para pequeñas emergencias.

Puerto del Carmen – Órzola (1ª etapa).

P1010015Como si dos Guirres fuésemos, dábamos vueltas en círculo ante la entrada del apartotel a sabiendas de que en breves minutos llegarían nuestros tres acompañantes. Acto seguido y torciendo una esquina aparecieron tres uniformados ciclistas, luciendo los bellos colores de Pedales de Lava. Uno de ellos era Maxi Biela, el culpable de todo, el diseñador de la ruta, el guía en cierto modo de nuestra ansiada expedición. Junto a él estaban Sergio Fernández y  Amelia. Una vez presentados los cinco, nos hicimos una foto a modo de ceremonia de inauguración. El periplo no daría comienzo hasta que nuestras ruedas no se situasen en la plaza de las Naciones Unidas, lugar donde concurrían nuestro Alfa y Omega.

Sergio iba a documentar los cinco días que duraría la travesía a lo largo de la escabrosa y pétrea isla de Lanzarote a lomos de su bicicleta. Nosotros haríamos las veces de figurantes para darle un toque huertano a su reportaje, si bien nuestro plan era acompañar a nuestros amigos al principio de cada jornada y después continuar a nuestro ritmo.

P1010057Un embaldosado paseo marítimo nos sirvió como pista de calentamiento. Las palmeras se sucedían cada pocos metros y tras ellas podíamos divisar atractivos complejos turísticos, bellas casitas de pescadores que a modo de orgullo lucían el azul del mar en sus alféizares, el verde palmero en sus portales y sus muros y terrazas envueltos en el más puro y sencillo color blanco; jardines cuyo broche era el de los singulares cactus que exhibían sus caprichosas formas y floraciones sobre un negro manto de arena volcánica. A la otra banda de la fachada marítima se iban alternando la arena y el roquedo, conformando idílicas playas y caletas. Un bello murete encalado era la frontera entre nuestras ganas de formar parte de ese paisaje y nuestro viaje. En un par de ocasiones no pude reprimir mis impulsos y aprovechando pequeñas brechas en ese murete, me aventuré a labrar con las ruedas de mi montura aquellas añejas arenas relamidas por las olas. Fuimos cruzando conversaciones mientras el sol iba acariciando nuestros semblantes y donde alguna gota de sudor comenzaba a perlar nuestras frentes. El azul del mar era como el canto de las sirenas, nos enajenaba y nos llamaba. Así fuimos pedaleando hasta Arrecife.

El Castillo de San Gabriel nos obligó a doblegar nuestras cabezas y no dejar de contemplarlo. Aproveché la belleza del lugar para hacer algunas fotografías a Daniel cruzando por el Puente de las Bolas que soberbio y sobre sus arcos, nos condujo hasta la isleta en la que estaba enclavada esa obra arquitectónica del siglo XVI, construida en el reinado de Felipe II para defender con sus cuatro cañones los envites piratas.

P1010065Apenas habíamos vuelto al paseo marítimo, en el que las gentes canarias gozaban de la vida, sabedoras del lugar en el que vivían. Nos tropezamos con el Charco de San Ginés a nuestra izquierda. Parada obligada para poder admirar semejante capricho de la naturaleza, un charco marino a modo de laguna salina. Bordado de casas de pescadores que nuevamente nos regalaban esa especial tricromía tan maravillosa e hipnótica, blanco, azul y verde. A la vera de la laguna se erigía el auténtico Barrio de la Puntilla, donde las redes y el olor a marea eran la herencia de tiempos mejores.

Minutos más tarde tomamos contacto realmente con nuestro natural elemento, la tierra desnuda. Unos escalones de piedra cuarteados por el tiempo y el descuido me dejaron patente lo buena que era la bici que me habían alquilado, se tragaba las piedras y grietas como una glotona sin límites. Esa diminuta trialera nos abría la puertas a un extraño y caótico entorno. Nos rodeaba una curiosa mezcla entre polígono industrial portuario y cementerio de toda clase de vehículos y artefactos herrumbrosos. Maxi nos dijo que era la franja “underground” de Pedales de Lava. No se equivocaba. Pude ver sembrados desde grandes mercantes varados en la playa a merced de la erosión, de los temporales y tal vez en días lejanos del expolio, hasta montones de chatarra indefinidos que algún día fueron el orgullo de alguien. Se sucedían almacenes abandonados que daban al paisaje una tristeza efímera, pues dando algunas pedaladas dejamos atrás ese mundo olvidado y nos adentramos en un vistoso pueblo marinero, antesala de Costa Teguise.

P1010030Bordeando la costa llegamos a un punto donde el pedregal era impresionante, íbamos flotando por un lecho suelto de piedras de todos los tamaños, donde el terreno nos obligaba a ir subiendo y bajando de manera indiscriminada. En ese momento comenzamos a tomar conciencia de que el mar había desaparecido de nuestra vista y el desierto nos estaba acogiendo. Nuestra vista por muy lejos que llegase sólo veía lo mismo, un sinfín de caminos y rodadas por las que el rutómetro era crucial para orientarnos y no hacer esfuerzos vanos. La vegetación era casi inexistente o por lo menos a primera vista, no se veían más que rocas y arenas de todos los colores. Así fuimos zigzagueando, sorteando cruces hasta llegar a unas antiguas salinas abandonadas por las que no pude evitar nuevamente la tentación de rodar sobre ellas. Al detenernos para hacer las fotografías, nos dimos cuenta de que las camisetas ya estaban mojadas de sudor. No habíamos requerido mucho esfuerzo para llegar hasta allí, pero el continuo pedaleo tenía un precio hídrico que debíamos pagar. Nuestras reservas de agua eran buenas, mínimo llevábamos tres litros en las mochilas, amén de los bidones que las bicicletas nos sujetaban. Aquellas ruinas dieron paso a una pequeña salina en plena actividad extractiva. Nos gustó mucho el contraste de las aguas magentas y violáceas que se veían salteadas de pequeñas montañitas blancas, fruto de la desalación de las atlánticas aguas.

P1010071Acabadas las salinas, fuimos rebozando las cubiertas con el polvo de  un camino que poco a poco y subiendo, nos llevó hasta Guatiza. En el camino vimos una cantera con forma de cráter a cuya espalda, escondida, había una buena cuesta arriba que nos puso las piernas en solfa. En la Sociedad “La Imperial”, un bar a orillas de la carretera optamos por hacer nuestra primera parada para descansar un poco, tomar una bebida azucarada y rellenar nuestras gibas con litro y medio de agua fresquita. Tras hacer unos estiramientos paupérrimos nos sentamos como zánganos a la puerta de su colmena y saboreamos aquel néctar al tiempo que veíamos pasar los coches. Acabado el ágape, seguimos hasta el desvío en el Jardín de Cactus y tras subir unos escasos metros de desnivel nos vimos envueltos en unas divertidísimas bajadas cuyas curvas se recortaban en algunas ocasiones casi a navaja.

P1010088Mi compañero consultó el rutómetro y me dijo que guardase la cámara de fotos. Me resultó un extraño comentario pero en breve descubrí su razonamiento. Estábamos cruzando por Charco de Palo, una urbanización nudista que tenía unas caletas preciosas de arena rubia y lejas de piedra negra en las que poder tomar el sol y disfrutar del baño. Fuimos bordeando la urbanización hasta volver a una zona de dunas y pedregales. Los senderos técnicos eran infernales, te obligaban a sacar humo al molinillo y las pulsaciones se disparaban por segundos, así fuimos durante kilómetros. Luchando con zonas arenosas junto al mar, caminos pedregosos, zonas técnicas en las que había que subir por encima de bolos gigantescos y dejarse caer por grietas y caminos casi inexistentes. A veces desaparecía el camino, y las dunas jugaban a despistarnos, pero la lectura del gps nos fue dando luz en el asunto y entre los ratos empujando las bicis por los impracticables arenales y los disfrutes que las horquillas nos proporcionaban, fuimos llegando hasta el primer punto de control, en el que nos debían sellar nuestro libro de ruta.

Pedales de Lava 025El Chiringuito Beach en Arrieta era nuestro punto de avituallamiento y control. Nuestro menú fue el siguiente: ensalada de la casa, sardinas a la plancha, papas arrugas con mojos, cazón en adobo, calamares rebozados y buenas jarras de cerveza rubia. Todo aquello nos supo como el maná en mitad del desierto. Pero que gran equivocación, pensamos que los escasos quince kilómetros hasta el puerto de Órzola serían un paseo  y llenamos los buches de manera excesiva. Contentos de llevar el primer sello de los colaboradores de la organización fuimos rodando por caminos pedregosos y tramos en los que había que ser hábil para sortearlos sin poner el pie en tierra. Íbamos saboreando nuestra llegada y el final de la etapa, pero que tontuelos, al llegar a los Jameos del Agua cometimos un garrafal error, manipular el gps. Abordamos un sendero paralelo al mar que se convirtió en nuestro “vía crucis”. Lava por todas partes, piedras, piedras, sólo había piedras angulosas y sueltas. Había que rodar sobre ellas, el camino débilmente se podía intuir y cada vez era más tortuoso. Optamos por bajarnos de la bici en algunos tramos pero la obstinación nos hizo gastar nuestras reservas. Afrontábamos las dificultades de aquel extraño itinerario con fuerza, pero las digestiones nos fueron minando los ánimos. Yo me sentía molesto, pesado y hasta un tanto confuso, no podía creer que nuestra aventura pudiera ser tan dura. Cada vez que consultábamos el gps nos decía que íbamos bien, pero algo dentro de nosotros sabía que aquello no podía ser así. Tras hora y media de angustioso pedaleo decidimos volver a manipular el diabólico localizador. ¡Eureka!, el zoom había sido alterado y en vez de estar en ochenta metros estaba en tres kilómetros. Claro, de esa manera siempre estábamos en ruta. P1010076Optamos por recurrir al libro de ruta y al leer que los últimos kilómetros eran por asfalto supimos que debíamos atajar hacia la izquierda y seguir el curso que seguían los coches que escuchábamos. Así fue, pedregal a través. Cuando dimos la primera pedalada sobre el negro y rugoso asfalto, Maxi me llamó por teléfono, pensando que estaríamos en el puerto disfrutando de una buena merienda, pero escuchó mi entrecortada y quejicosa respiración, sorprendiéndose, y al escuchar nuestra epopeya por aquellos inhóspitos lugares reprimió una posible carcajada y nos emplazó su situación. Acordamos vernos en el puerto y partir todos juntos hacia la isla de la Graciosa a bordo del último barco.

P1010096Después de unos dulces y refrescantes minutos de pedaleo llegamos a Órzola y directamente caímos en el puerto. El saber que la etapa había acabado fue como si nuestra sangre escupiera hasta la última gota de adrenalina, nos escurrimos en un banquito de piedra junto a un parque infantil en el que estiramos piernas, cuello y moral. Al ratito llegaron nuestros tres mosqueteros y juntos embarcamos camino de La Graciosa.

Isla de la Graciosa. (2ª Etapa).

P1010202A bordo de “El Graciosero” doblamos la punta del risco de Famara, viendo a babor lo que los habitantes de las ínsulas llaman, El Río. Consistente en una lengua de mar que separa Lanzarote de La Graciosa, de unos dos kilómetros aproximadamente de longitud. La punta del macizo de Famara recuerda la proa de una gigantesca nave, que pone rumbo a septentrión. El trayecto fue breve, en un abrir y cerrar de ojos estábamos sobre el espejo del puerto de la peculiar localidad de Caleta de Sebo, capital absoluta de la isla. Acabábamos de llegar al archipiélago Chinijo por la puerta grande.

El puerto era un lugar ensoñador. La luna reflejaba su plateada luz sobre la bahía, bruñendo sus aguas, las luces de los restaurantes iluminaban las amuras de los veleros que con el tintineo de sus mástiles creaban una atmósfera marinera que jamás había disfrutando en lugar alguno. El sabor de unas puntillas de calamar y unos tomates de Vecindario fueron la guinda en aquel dulce y sedoso pastel. Había olvidado el motivo de mi viaje, tenía la sensación de haber contratado un viaje de relax y no una entrada al infierno.

P1010134Después de un reparador sueño, desayunamos un leche y leche con unos bocadillos, contemplando el imponente risco y el azote del mar sobre la playa, entre tanto unos hippies montaban sus tenderetes en los que vendían todo tipo de bisuterías y adornos hechos con caracolas y gemas exóticas. Había mucha gente pululando esa mañana, los barcos no dejaban de traer turistas procedentes de la isla conejera.

Al acabar el último sorbo de nuestro segundo café nos pusimos en marcha. Las calles de La Graciosa no estaban asfaltadas, eran laberínticas lenguas terrosas por las que un sinfín de todoterrenos circulaban siguiendo un patrón ininteligible para los que éramos foráneos.  Nuevamente fuimos al son que Sergio nos marcó. Hizo fotografías y rodó algunas secuencias. Tras las primeras tomas, seguimos un escueto camino delimitado por piedra volcánica y en fila india fuimos culebreando con nuestros manillares  hasta la primera trampa arenosa. Había que alcanzar una pista que se veía a lo lejos pero no encontrábamos por donde subir. Como si fuésemos dos suricatos,  nos situamos sobre una duna y oteando a nuestro alrededor pudimos ver unas rodadas que posiblemente nos conducirían a nuestro objetivo. P1010137Así fue, esas rodadas nos mostraban el camino, pero las ruedas se hundían en la arena y en la gravilla volcánica, las ruedas crujían en el intento de llevarnos siempre hacia adelante. Un rizadero, de los tantos que cruzamos, nos detuvo a escasos metros de la pista que nos conduciría hasta Pedro Barba. En esa bajada levantamos el vuelo a un trío de perdices y asustamos a un conejillo que andaba vigilando desde la maleza a las rapaces de la zona.

Pedro Barba era la otra localidad de la isla. Decidimos llegar hasta ella atravesando un pedregal fuera del camino, pensamos que sería más divertido volver a poner a prueba las Ghost. Apenas vimos signos de estar habitada, pero curiosamente todo estaba muy ordenado y cuidado. En el embarcadero vimos un bote amarrado y cerca de la rampa de varado,  nos saludaron un par de personas que estaban pescando. Recorrimos las calles de la silenciosa y taciturna aldea encalada. Abandonando nuestra imaginación, recreamos como sería tener una casita en semejante oasis. Siguiendo la línea de mar un sendero nos hizo disfrutar mucho de las bicicletas. Era una prueba tras otra, las horquillas se ganaban el pan a marchas forzadas, los frenos se aburrían de manera supina y nosotros parecíamos dos chiquillos correteando sobre la fría y añeja lava. Aquel vial parecía no acabarse y dentro de nosotros había algo que tampoco quería que se acabara. Nos despertó salvajemente. Todo ello, mejorado con un día nublado con una grisácea panza burro y el mar golpeando en las rocas, salpicándonos en muchas ocasiones, refrescando nuestras caras y ánimos. No era justo que se acabara tan pronto. No.

P1010170Después de la fiesta tocaba arena rubia nuevamente, ruedas hundidas, cuadriceps al límite, gemelos humeantes y las cubiertas lijadas por segundos. Una miríada de caracolillos blancos adornaban las dunas. A los pocos minutos, una figura afilada a nuestra izquierda llamó mi atención. Un Guincho (pandion haliaetus) . Nos acercamos un poco para poder observarlo, pero alzó el vuelo y nos dejó claro que no quería visitas. Con esa excepcional visión, seguimos luchando contra las dunas hasta que vimos una playita paradisíaca. Nos dejamos caer a gran velocidad hasta la misma orilla y sin mediar palabra alguna, en menos de dos minutos estábamos envueltos por las embravecidas olas que nos masajeaban con su espuma. El agua estaba a una temperatura ideal. Fue un baño que nos hizo sentir especiales y únicos, pensamos que nadie podría estar disfrutando de un lugar tan bello en ese mismo instante. Que afortunados nos sentimos. Al tiempo que nos secábamos con la brisa, comimos algo de fruta y vimos llegar a un amigo que conocimos en el desayuno, que tiraba las cañas de pescar en compañía de sus hijos y algunos amigos a escasos metros de donde estaba nuestro fugaz campamento de verano. Playa Lambra será un rinconcito de aquella ruta imposible de olvidar.

P1010158Dejando montaña Bermeja a nuestra derecha, sorteamos la playa de las Conchas sin saberlo, interpretamos mal el mapa y optamos por ignorar el caminito de puntitos verdes que nuestro portulano marcaba y que llevaba directamente a esa playa, que según nos comentó Maxi al vernos al final de la etapa, era el lugar más bello de la creación.

Camino a Montaña Amarilla nos encontramos con la playa del Corral, lugar donde los surferos disfrutaban de las olas. Había bastantes de ellos en el agua esperando olas y otro tanto en las rocas vistiéndose, pues se acercaba el medio día y los restaurantes de la isla tenían sus fogones a pleno rendimiento. Una vez presentados nuestros respetos a los pies de la montaña de tinte leonado, regresamos sobre nuestros pasos y al cabo de unas pedaladas, el arenoso terreno volvió a desafiarnos presentando batalla. Victoriosos llegamos a un punto en el que sólo había que dejarse caer hasta Caleta de Sebo. La cocina del restaurante de la pensión Enriqueta nos esperaba y en él derrocharíamos el último esfuerzo, con sabor a bienmesabe.

Órzola – Famara ( 3ª etapa).

P1010205Atrás quedaban dos interesantes noches en una pensión muy singular y a la vez esperpéntica. Al bajar del barco en el muelle de Órzola lo primero que hicimos fue sentarnos a desayunar los cinco juntos. Tras comentar como iba a ser la jornada, pues era la que más metros de desnivel acumulado tenía de las cinco, saboreamos todos y cada uno de los tragos de nuestros cafés. Para evitar ser abrasados y calcinados por Helios, nos embadurnamos como ya era costumbre de una crema solar de alto factor de protección.

La primera joya nos llegó a los pocos minutos de empezar la andadura diaria. Abandonamos el detestado asfalto y por un tabaibal enmarañado, revuelto y lleno de piedras cubiertas de negra arenisca volcánica, fuimos caracoleando y riendo por un estrecho pasillo. Algunas de las plantas eran espinosas y dejaron patente en nuestras pantorrillas el poder de sus defensas, pero la sangre no llegó al río. Era un comienzo genial, había que afrontar escalones naturales y desmembrados que nos hicieron sudar tan temprano. Nos fotografiamos en un par de ocasiones pues ese rincón no podía quedar en el olvido.

P1010211Acabado el tramo técnico tuvimos que subir unos caminos, cuya pendiente nos hizo cara y nos enseñó los dientes, pero esas pistas arenosas y amordazantes no conocían nuestra obstinación y decisión a la hora de batallar con todo tipo de cuestas. Fuimos subiendo ante la atenta mirada del volcán La Corona. Algunos descansos nos dejaban contemplar curiosos parrales, parcelas cultivadas con papas que rompían la monotonía cromática con el refrescante verde de sus hojas y el sedoso blanco de sus flores. Un escarabajo amigo, nos confesó un secreto y le aupamos a un muro donde poder acceder al tallo de una incipiente cucurbitácea que le daría sombra y tal vez sustento.  Así fuimos subiendo y bajando hasta llegar a Ye, un bonito pueblo.

P1010219¡El mirador del Río, qué impresionante lugar! Las vistas nos dejaron embelesados, los segundos eran eternos, no podíamos dejar de observar el Río y la isla de La Graciosa, donde hicimos un ejercicio de reconocimiento topográfico de la ruta del día anterior, aprovechando nuestra situación tan elevada. El mar estaba en calma y las estelas de las embarcaciones cosían la superficie creando un lienzo irrepetible. A nuestros pies y a más de cuatrocientos metros de altura estaban las salinas. Hubo que hacer una batería de fotografías. Rodamos por una de las terrazas que daban al acantilado, era una sensación de extraño vértigo, pues no había ningún riesgo pero el efecto óptico mandaba sobre cualquier otro de nuestros sentidos. Las aves marinas planeaban incesantemente, jugando con las corrientes de aire.

Tras un rápido descenso por una carretera que iba bordeando el risco de Famara, volvimos a hundir nuestras ruedas en la negruzca arena volcánica. Al ver la cuesta que había que subir nos dio la risa y a sabiendas que era una hazaña imposible intentamos una y otra vez subirla sin poner los pies en tierra, pero claro, fue imposible, aquella pendiente tapizada de espesa arena, sólo tenía una forma de ser acometida, andando. Franqueada aquella preciosidad, llegamos al cruce de Guinate, allí pude leer un cartel que marcaba unos pocos kilómetros hasta Haría, lugar en el que nos esperaba un refrigerio y un sello más para nuestro libro de ruta. Sin esperar a mi compañero, me enrosqué sobre el cuadro de la bicicleta y comenzó un vertiginoso descenso con las blancas casas de Maguez al frente. P1010231Cuando llegué al punto más bajo giré la cabeza y la soledad me dio un bofetón. Dani no estaba. Pensé que podría haber tenido una caída pues visualmente había un gran trecho y no le veía por ninguna parte, así que opté por llamarle por teléfono para saber  su paradero. Tuve que deshacer la bajada y subir un par de kilómetros hasta llegar al cruce en el que Pela69 estaba muerto de risa esperándome. Me dejé llevar por el ansia de llegar y no hice caso a los chiflidos y voces que me estaban dando a mi espalda, para que corrigiera mi trayectoria, pero el viento aparente me ensordeció completamente.

P1010248Desde Guinate hasta la montaña del Gallo fuimos subiendo por un quebrado camino que estaba flanqueado por podencos y cazadores. Era día de caza y los escopetazos no dejaban de zurrir a ambos lados de la ruta. Nos cruzamos con los dos primeros ciclistas de montaña de nuestro periplo. Iban en sentido contrario al nuestro, nos saludamos y seguimos apretando los riñones hasta culminar la cima del Gallo. Allí las vistas eran tan bellas como en el mirador del Río, era un hipnótico placer el estar allí arriba viendo el paisaje. Como por arte de magia nos vimos derrapando, guardando el equilibrio en curvas cerradas, soltando frenos y haciendo que la velocidad inyectara nuestros ojos en cada detalle del terreno, llegando incluso a saltar por encima de piedras amontonadas. No pudiendo retener las monturas debido a la pendiente y al terreno suelto, había que dejar fluir las bicicletas por aquel tramo. Era impensable para mi verme bajar por aquel sitio de aquella manera tan endiablada. Algunas curvas se presumían fáciles y optábamos por el campo a través, atropellando todo lo que se interpusiera en nuestro camino. Cuando nos detuvimos al final de semejante descenso, no dejábamos de reírnos y de alabar aquel momento tan loco y a la vez tan genial. Qué forma de llegar a Haría, mejor imposible.

P1010236Refresco, emparedado de pollo con ensalada y sello en el libro de ruta. Todo ello bajo la deliciosa sombra de ficus centenarios y palmeras exultantes llenas de dátiles. Hasta los gorriones entonaban una histriónica melodía para que nuestro paso por aquel vergel fuese bonito. Con las mochilas nuevamente a la espalda, volvimos a nuestra dura realidad, los caminos volcánicos. Fuimos subiendo y bajando por terrenos que alternaban pequeñas parcelas cultivadas y barrancos insulsos. Parecía que íbamos cuesta abajo pero era la perfecta definición del falso llano, no dejábamos de dar pedales. Las tuneras se convirtieron en nuestras mejores amigas en aquellos parajes hasta que el rumoroso asfalto volvió a engullirnos.

P1010241Como los antiguos metros de los carpinteros, así se veía la carretera desde abajo. Angulosa y desordenada. Yo advertí a Dani y le dije que ahorrara esfuerzos y justo al acabar de pronunciar la última sílaba se me fueron las piernas detrás de los pedales y bajando algún piñón y con el plato mediano bien sujeto, inicié una subida enérgica apretando los puños con rabia y pedaleando a ritmo de galeras. No era de extrañar mi reacción, en la cumbre había un par de bolas (radares meteorológicos y de aviación civil) como la de mi sierra de La Pila. Estaba claro que la cabra siempre tira al monte, yo veía unas bolas encumbrando y no pude actuar de otra manera. No pude resistir la tentación. A la ermita de las Nieves llegamos juntos y satisfechos de nosotros mismos, el trayecto hasta ese punto no era nada cómodo y lo peor de la jornada ya había pasado, o por lo menos eso pensábamos.

P1010244Asomados al mirador de la ermita de las Nieves veíamos la parte sur del macizo de Famara y la playa del pueblo. Allí estaba el punto final de nuestra etapa. Pero curiosamente, el GPS nos marcaba muchos más kilómetros para el final de los que podíamos creer viendo tan cerca la playa. Todavía teníamos que ir a ver al “Cejas” a su cafetería para que nos sellara el librito. Bajando una cómoda pista vimos una de las muchas señales repartidas por toda la ruta de Pedales de Lava, que nos decía que había que girar a la derecha. El camino se convertía en un tobogán gigantesco de tierra y piedras sueltas, con escalones que escondían sus verdaderas intenciones. Dani bajó primero, él llegó hasta la mitad, más o menos unos cincuenta metros y yo decidí apearme unos metros antes. Aquello era peligroso, una caída podía haberse convertido en algo muy lamentable. Si nos hubiésemos dejado caer por la ladera del Valle Vega de San José hubiésemos caído en un hoyo de arcilla en el que curiosamente había un bike wood park  abandonado, pero en su día seguro que tuvo que hacer las delicias de los más atrevidos. En sentido contrario al nuestro y también con la bici al hombro nos cruzamos con un fibroso ciclista danés, con el que tuvimos una simpática charla en inglés. En la base de aquella trialerona, vimos lo que bautizamos como “El Llanto”. Una serie de empinadas rampas armadas de arena hasta los dientes, aquello era el uno por ciento de la ruta que no era ciclable.  La obstinación, durante todo el viaje fue la gasolina que movía nuestras piernas, así fue como de manera aguerrida intentamos una y otra vez subir por aquellas rampas para intentar reducir ese uno por ciento no apto para ciclistas y si para montañeros alpinos. A la izquierda de nuestro camino pudimos ver que aquel lugar era la antesala del báratro, había cadáveres de ganado que mostraban sus blanquecinas quijadas envueltas en zamarras desmadejadas y acartonadas. Subir arrastrando la bici fue toda una proeza, las suelas de nuestros calzados quedaron malparadas y los riñones tampoco quedaron indiferentes ante semejante cambio de tracción.

P1010257Para llegar a Teguise, nuevamente soltamos las riendas y fuimos fluyendo por pedregales y resaltos que nos hicieron pasar otro buen rato. Hubo momentos en aquella bajada en los que no sabía ni lo que tenía delante, el traqueteo era tal, que mi astigmatismo, el sudor en las gafas y el camino sembrado de piedras y baches, hacían que no viese nada delante del manillar. Mi fe en la Ghost fue recompensada, no hubo ninguna pérdida de control, aquella fierecilla se amoldaba a cualquier tipo de terreno, ¡qué bien!.

Gente por todas partes, era día de mercado en la colonial Teguise marcada por la huella de César Manrique.  Una jungla de tenderetes, de curiosos, de turistas y de lugareños haciendo sus compras fueron la dificultad añadida para poder encontrar nuestra próxima parada en aquel batiburrillo de callejuelas y plazuelas escalonadas. Siguiendo las indicaciones del aparatito, mi murcianico me llevó a la primera  al punto de control y avituallamiento. Había que reponer agua y de paso comer alguna barrita y algo de fruta. Nuestra estancia en aquel punto fue breve, teníamos ganas de volver a mezclarnos entre el gentío y sentir ese ambiente tan especial que se respiraba esa mañana. Pedales de Lava 051Para salir del pueblo dirección al rizadero que nos escupiría a la misma playa de Famara, elegimos unas lindas calles encaladas de cuyos muros asomaban curiosas palmeras que con la brisa movían sus ramas como si quisieran saludarnos y desearnos suerte en nuestra empresa deportiva.

No hubo articulación de mi cuerpo que no se quejara de aquel traqueteo incesante, ni siquiera los márgenes de la pista se escapaban a semejante tortura. Los cerebros se agitaban sin saber lo que pasaba, los ojos botaban en su cuencas sin saber donde mirar, las manos apenas las sentíamos, las únicas que iban relajadas eran las suspensiones de nuestras bicis. Se hizo larga aquella bajada. Veíamos el mar y nos refrescaba los ánimos.

Entre surferos y bañistas fuimos soltando piernas hasta llegar a nuestro alojamiento. Después de estamparnos el sello en Famara Power, nos preparamos para arremeter contra unas buenas papas arrugás y otras delicias típicas. La jornada fue extenuante. Según nos dijeron las gentes de Famara, habíamos sido los primeros en llegar tan temprano, nadie nos esperaba a esas horas. Acabado un breve paseo por la playa nos acostamos buscando sosiego y descanso.

Famara – Playa Blanca (4ª etapa).

P1010264Mis piernas ya acusaban el esfuerzo de los días anteriores, no iban muy perjudicadas, pero no tenían esa frescura propia de cualquier mañana al empezar a pedalear. Me di cuenta al rodar los primeros hectómetros. Entramos en zona de pistas polvorientas que nos conducían hacia un extraño paisaje de dunas y malezas. Los caminos se entrecruzaban como los hilos de un hobillo de lana. Apenas lucían unos rayos de sol y ya estábamos clavados en la arena dando pedaladas desesperadas para no perder el ritmo. La ruta era larga, la más extensa de las cinco y nada más empezar se nos cargaban los gemelos y los cuádriceps iban muy congestionados. Si algo hubo durante todas y cada una de las etapas fue la compañía de los lagartos que se cruzaban a nuestro paso o se estremecían en sus escondrijos al sentir nuestra presencia. Los pajarillos también fueron buenos compañeros de viaje, los había de todos los colores y tamaños, con sus trinos divertidos y repentinos nos hacían ver que no estábamos solos.

P1010270Entre arenales llegamos a la línea de costa nuevamente. Que preciosidad de lugar. Teníamos delante toda la gama de azules, verdes y grises. El camino, algo tortuoso, nos impedía correr, hubiese sido un sacrilegio no recrear nuestras retinas con semejantes panorámicas. El majestuoso risco de Famara al fondo, las casitas de pescadores encaladas junto a la playa, las nubes nublando el cielo, el horizonte negruzco fundido con un plomizo cielo en la lejanía. Eran un placer ir paseando a tan tempranas horas del día, formando parte de aquella acuarela viva.

Nuestras ruedas seguían una retorcida senda entre piedras, grietas, roquedos que encrestaban pequeñas cuestas nos obligaban a levantarnos de lo sillines y pedalear con rabia para poder dominarlas. La línea recta había desaparecido, un nervioso bailecillo era el que íbamos describiendo sobre aquella amordazante arena rubia. En ocasiones una pequeña brecha en el roquedo era nuestro paso y había que calcular bien la cadencia para no golpear con los pedales en las piedras y tener un indeseable accidente.

P1010275Entre piñones altos y pedaladas intrépidas llegamos a Caleta de Caballo. Un enclave en el que parecía que el tiempo era algo desconocido, la mañana parecía estática. Una pequeña caleta con la marea baja, nos mostraba a los mayores con sus sombreros típicos de paja, como  mariscaban con sus espaldas arqueadas y sus nasas preñadas de pulpos y camarones. A modo de herradura, se apiñaban todas las casitas alrededor de aquella preciosa cala. La mayoría de las fachadas lucían heridas causadas por el salitre, otras se veían orgullosas y recién pintadas, incluso algunas emulaban palacios venecianos en miniatura. Por una especie de empedrado paseo, fuimos lentamente disfrutando de todos y cada uno de los rincones de tan idílico lugar. Un joven de cabellos revueltos y barba desaliñada nos saludó alzando la taza de café que prendía en su mano. Tras ese gentil saludo de despedida llegamos hasta La Santa.

P1010292Primero tropezamos de bruces con el complejo deportivo con el mismo nombre. Y más adelante con el gracioso y coqueto pueblo marinero. Este tiene como Patrona a la Virgen de los Dolores a la que también llaman Virgen de los Volcanes, pues creen que ha salvado siempre al pueblo de la lava de las erupciones. Es un lugar rodeado de volcanes y del malpaís creado por la lava. En casi todas las casas de primera línea pudimos ver secaderos de pescado artesanales. Las montañas de fuego nos fueron vigilando, contemplaron nuestro paso y nos daban a entender lo que nos quedaba por ver en algo menos de una hora. Timanfaya.

Otra vez hubo que poner a prueba nuestra técnica, nos vimos dentro de un tortuoso y angustioso sendero que tenía a la espalda un volcán amenazante y al frente un desairado mar rugiente, que hacía escasos minutos había comenzado a levantarse, golpeando los acantilados con rabia. No pudimos ciclar todo ese tramo, en el algunas secciones una caída podía haber resultado peligrosísima, optamos siempre por la cordura. Esos tramos, tal vez, si hubiesen estado rodeados de campo los habríamos pulverizado con nuestras cubiertas traseras dejando la misma huella que un arado les hubiera podido infringir, pero era mejor poner el pie en el suelo de vez en cuando que poner los pies en la sala de urgencias de algún hospital.

P1010296Los volcanes se sucedían y las montañas de ceniza compactada y lava, daban cobijo a unos terrenos de cultivo, cubiertos de su característico manto negro. Unas curiosas formaciones rocosas a nuestra derecha nos fueron hipnotizando y en tan curioso trance entramos en una carretera en la que se podía sentir una extraña sensación difícil de identificar. Estábamos llegando al Parque Nacional de Timanfaya.

P1010288¡Madre mía!, fue lo que exclamé cuando vi en que se había convertido el escenario de nuestra ruta. Era el resultado de una enloquecida y caótica erupción, en la que Vulcano seguro que pasó mucho tiempo golpeando de manera iracunda su yunque, y los chisporroteos de su forja salieron por la chimenea de aquellos volcanes. Nunca había visto algo igual, era un lugar a primera vista inhóspito. Se sentía algo extraño al ir profundizando en las entrañas del parque. Girar la cabeza y no ver más que bombas de lava petrificadas, informes bloques pétreos desquebrajados, arenas negras rellenando cualquier resquicio, era algo que me hacía sentir una especie de miedo apacible. Sentí la necesidad de escrutar todos y cada uno de los rincones de aquel lugar, era una pesadilla hecha realidad. La sorpresa fue cuando descubrí que no sólo los líquenes habían colonizado aquel alienante paisaje, también los reptiles e insectos se habían adueñado de aquellas frías lavas, que seguro en su día devastaron todo lo que sus lenguas encontraban a su paso. Íbamos algo distanciados, cada uno de nosotros iba conformando en su mente su propio documental. Al reagruparnos no hubo palabras, el silencio lo inundó todo, nuestras expresivas caras se encargaban de dejar patente nuestras emociones. Nuestras respiraciones eran jadeantes, el sol nos estaba azotando sin piedad, nuestra piel iba rebozada de una curiosa mezcla de crema protectora, arena y sudor. P1010310En el margen del camino se veían pequeños arbustos plantados por el hombre, que se esforzaban por salir adelante, para que el verde de sus hojas luchara con el luto imperante. Una carretera y un cartel que indicaba dirección a Yaiza nos sacó de ese inolvidable descenso al Averno donde seguro que Sethlans, Vulcano y Hefesto se conjuraron hace varios siglos para castigar la isla de Lanzarote.

La tricromía nos daba la bienvenida en Yaiza. Otra bella población engalanada de palmeras y jardines de cactus por doquier. Un nuevo sello estaba esperándonos junto a un delicioso sándwich de pollo y unas bebidas refrescantes. Al pagar el refrigerio, la simpática y amable señora que regentaba la cafetería nos dijo que nos quedaba el tramo más complicado. Nosotros no acertábamos a entender como podía decir aquello, acabábamos de salir del mismísimo infierno.

P1010327Gracias a las señalizaciones de la ruta pudimos llegar hasta las Salinas de Janubio. Hasta llegar allí fuimos disfrutando primeramente por un barranco en el que nos metimos por una especie de cauce pedregoso en el que las Ghost se ganaron el sueldo y alguna paga extraordinaria. Al salir de ese capricho pasajero, el camino en algunas ocasiones, desaparecía y nos veíamos rodando entre matorrales y pedregales. El terreno era llano, hacía tiempo que no teníamos que subir ni bajar ninguna pendiente. Muchas veces nos veíamos intuyendo el camino, pero siempre teníamos el gps que nos permitía hacer trampas y saber en todo momento donde nos encontrábamos. Nuestras fuerzas iban intactas, el descanso en Yaiza y aquel sabroso bocadillo nos había devuelto las ganas de seguir luchando contra Pedales de Lava.

P1010333Salinas de Janubio. Parada obligada. Yo no podría describir aquel lugar mejor que Don César Manrique, quien escribió sobre ellas los siguiente:Siempre me ha impresionado la visión de una salina. Las de Lanzarote me han llamado la atención por su lineal belleza y por su cegador colorido… Toda la planta se enmarca en las coordenadas compositivas de Mondrian. Efectivamente el ángulo recto era el dueño de aquel paisaje, la irregular cuadrícula conformaba un todo que llenaba la vista con su color y su magia.

Seguimos nuestro rumbo dirección a Los Hervideros, también un lugar impresionante, la pena fue que el mar estaba en calma y no pudimos contemplar el espectáculo del mar golpeando los brazos de magma que en plena erupción llegaron al mar, siendo hoy roca solidificada. Aquellos acantilados estaban minados de agujeros por los que el agua embravecida, en los días de mala mar sube hasta la superficie, dando la impresión de ser agua en ebullición. Consultamos el libro de ruta y teníamos que continuar perfilando ese capricho de la naturaleza hasta un hotel abandonado. Hasta llegar a éste, el camino se hizo duro, el terreno era arenoso y si no seguías la senda que las señales oficiales te marcaban, te veías con la rueda dentro de un palmo de arena. No aparentaba el terreno estar tan mullido fuera de la pista, daba la impresión de estar más compacto, pero no, la señora de Yaiza tenía razón. P1010345Los kilómetros se amontonaban  en las piernas y aquel pedregal embadurnado de arena rubia y negra, nos estaba vaciando las piernas, los ánimos y haciendo en nuestros estómagos un vacío, que pudimos llenar con la fruta que llevábamos en las mochilas. Fueron kilómetros muy largos, eran interminables, aquellas piedras estaban por todas partes. Pero ver la silueta del faro de Pechiguera a lo lejos nos renovó los ánimos y ordenamos a nuestras piernas que dejaran de quejarse,  pronto se verían dentro de una bañera de agua calentita donde poder descansar y reponerse. Bajamos un par de piñones y el plato mediano notó inmediatamente la tensión de nuestras ganas de llegar. Vimos varios chalets muy curiosos a mitad de camino, entre el movimiento Hippy y el estilo bávaro denominado Kitsch. Bajo la lucerna del faro, un paseo marítimo nos condujo rápidamente hasta Playa Blanca. Al entrar en la población buscamos su paseo marítimo y sorteando turistas llegamos hasta nuestro anhelado apartotel donde nos estamparon otro galardón en las páginas finales de nuestro rutómetro.

Playa Blanca – Puerto del Carmen (5ª etapa).

Última etapa, desayuno relajado pero completo. Sólo treinta y cinco kilómetros nos separaban de la meta y de nuestro ansiado maillot de “Pedales de Lava”. Viendo el perfil de la ruta no podíamos confiarnos. Nos esperaban setecientos metros de desnivel acumulado, en una franja en la que la altura máxima era de ciento ochenta y pocos metros, era un auténtico “rompe-piernas”. No había ningún tramo en el que se pudiese descansar rodando.  Nuevamente la ruta nos guardaba sorpresas, en Pedales de Lava, nada era lo que parecía, todo era más duro de lo que a primera vista podía preverse. Jamás hubiésemos imaginado que los famosos “Ajaches” fuesen tan peculiares y tan agrestes.

P1010348A modo de calentamiento, fuimos rodando por el paseo marítimo de Playa Blanca, disfrutando de las vistas que nos ofrecía Puerto Rubicón. Tenía los astilleros llenos de naves en reparación y colgando de sus grúas. A continuación nos encontramos con el Castillo de las Coloradas o Torre del Águila. Esta construcción fue construida con el fin de defender la isla, pues escasamente setenta millas náuticas separan la ínsula del continente africano, desde donde llegaban toda clase de piratas y pseudo conquistadores. Sergio escogió ese lugar para rodar unos planos y hacer unas cuantas fotografías a la línea de costa, pues las Playas de Papagayo no pasaban desapercibidas. Esas  joyas de la naturaleza inundaban la vista de todo aquel que las contemplase.  Ordenadamente bajo la atenta mirada y dirección de nuestro periodista, fuimos bajando por unos senderos y subiendo pequeñas cuestas como si por las jorobas de un camello fuésemos deslizándonos. La  secuencia tuvo que ser buena, no hubo que repetirla. Sergio nos contó un poco lo que había grabado y tras ese leve rato de recreo cinematográfico, continuamos por una curiosa pista. Una pista de tierra en la que había que pagar para transitar por ella con vehículos a motor. Que cosa tan rara. Menos mal que nuestra fuente de energía era totalmente ajena a los hidrocarburos y no tuvimos que pagar peaje alguno.

P1010357Dejábamos a nuestra derecha las maravillosas y paradisíacas playas de Papagayo. Conjunto de perlas ensartadas en aquel mundo magmático, cubiertas con el manto de sus rubias arenas que junto al azul verdoso del océano parecían obra de César Manrique. Era un espectáculo poder contemplarlas desde el altozano en el que nos encontrábamos. Aquellas perlas eran: “Playa Mujeres, del Pozo, de Papagayo, de La Cera, Puerto Muelas y Caleta del Congrio”. Por la segunda de ellas llegó al archipiélago Jean de Bethencourt capitaneando una flota franco normanda al servicio de la Corona de  Castilla, dando origen al primer asentamiento europeo, llamado San Marcial de Rubicón.

Lejos de la  embaucadora influencia de aquellas playas, nuestro camino se asemejaba a un dragón  chino, interminable y con curvas que describían los más diabólicos peraltes. Un macho cabrío nos marcó su territorio y su rebaño, alzando su hermosa y majestuosa cornamenta sobre nuestras cabezas. Para que el espectáculo no cesara, una pareja de Guirres (Neophron percnopterus percnopterus) o alimoches, descendió desde lo alto de un cerro para volar a escasos metros de nosotros y tras habernos observado con detenimiento, fueron alzando el vuelo en círculos hasta que se convirtieron en dos puntitos negros sobre el azul del cielo. Los comentarios fueron de lo más excitantes, pues contemplar a aquellas dos criaturas era algo bastante raro y excepcional.

P1010371Acabado el mundo de los rumiantes y de los carroñeros, llegó el mundo de las trialeras. Había que subir por cuestas destrozadas y llenas de lascas de piedra sueltas, que obligaban a sacar el arsenal oculto en nuestros gemelos. Los alientos se revolucionaban por segundos, apenas habíamos bajado la guardia, una bajada larga y de firme en muy mal estado nos devolvió los ánimos. Sergio no pudo resistir la tentación de grabarnos para dejar constancia de aquellos quiebros y derrapajes. Antes de separarnos de nuestro cicerone y sus representados, hubo que subir una larga cuesta en la que tuve que dejar patente quien mandaba en aquella calurosa mañana de octubre. Haciendo un guiño a mi plato mediano opté por apartarme del camino y subir aquella rampa por la zona pedregosa y agrietada. Maxi tuvo que sujetarse el bisoñé, sólo notó que una centella le atropellaba por su izquierda. Una vez arriba mis piernas me lo agradecieron, necesitaban un poco de la droga que más les gusta y sin la que no pueden vivir.

Tras una nueva serie de subidas difíciles y técnicas nos fuimos separando del trío y nuestro camino nos llevó a nuevas experiencias. Hubo que bajar costarrones en los que los frenos se calentaban y en los que un mínimo derrapaje nos hubiera significado una caída aparatosa y tal vez peligrosa. Había que estar muy atento a las señales que nos íbamos encontrado por el camino.

P1010379Si la cosa iba lenta debido al mal estado del camino, al llegar a un barranco las ruedas se nos clavaron en la gravilla. Tardamos más de lo imaginable en franquear aquellos cientos de metros. A la derecha una señal nos obligó a girar y nuevamente nos tropezamos con otra subida de desnivel angustioso y con una exigencia técnica no apta para principiantes. Al retorcer todas aquellas curvas, tanto Dani como yo íbamos bañados en sudor, rebozados de una crujiente capa de polvillo negro que no había forma de perderlo de vista. Esas cuestas nos gustaban mucho, eran los momentos en los que más estábamos disfrutando, pues para ambos era un reto subir aquellos monstruos y poder clavarles las calas de nuestras botas en la cima, dejando patente que habían sido conquistados a la fuerza y sin miramientos. Así fuimos alternando barrancos atenazantes y trialeras en ambos sentidos, hasta llegar a la costa. Una preciosa cala ajardinada y con unas cuevecillas nos refrescaba las caras con su brisa.

P1010380Para colmo de males, si el camino hasta ese punto había sido lento y tedioso, ahora tocaba echarse las bicicletas a los riñones y subir un zigzag de piedra para poder continuar dirección a la playa del pozo. Aquello no tenía fin, cada curva era un lamento. El sudor era un hilillo que chorreaba por mi barbilla. Al llegar arriba, le di un tiento a mis reservas de agua tan desmedido, que me quedé más seco que la tierra de Los Ajaches. En aquel alto, un sin fin de caminillos recorrían la cima, optamos por seguir el más roto, nuestras Ghost se negaban a rodar por los senderos limpios, se decantaban siempre por el pedregal y la grieta. Bordeando barrancos y algún que otro acantilado nuestras fuerzas iban menguando, aquellas tierras te exprimían hasta la última caloría. Siguiendo la tónica dominante de aquel infierno arenoso, una nueva tanda de curvas con trialeras ascendentes nos impedían llegar hasta el siguiente punto de control donde poder almorzar y reponernos de aquel loco infierno, que jamás hubiésemos imaginado que se escondía entre aquellas montañas.

P1010384Al fin un rato de diversión sin esfuerzo, tras una singular bajada en la que las horquillas tuvieron mucho trabajo, llegamos hasta la playa y siguiendo las indicaciones del gps, nos apalancamos en la terraza de un peculiar restaurante. Playa Quemada era otro precioso pueblo marinero en el que los tres colores mágicos de la isla, engalanaban sus casas. Tras unas cañas y unos destartalados, desvencijados, resecos y poco jugosos bocadillos de pollo, dejamos varios números de nuestras visas en la mesa y seguimos nuestro periplo dirección a Puerto del Carmen.

Para que la digestión no fuese muy agitada, una pista en buen estado, nos daba algo de descanso. Podíamos ver Puerto Calero y Puerto del Carmen en el horizonte. Aquella visión reconfortaba nuestros ánimos y hacía que una sensación de bienestar nos invadiese, pues todo estaba a pocos kilómetros de llegar a su fin. Tras cinco días de intenso pedaleo ya teníamos ganas de sentir la recompensa de un día lleno de ocio y sofá.

P1010383Paseamos por las inmediaciones de un hotel muy curioso, y escondido en una esquina del aparcamiento había un acceso a un precioso paseo marítimo. Nuestra posición era relajada y más erguida de lo normal, gozábamos con el paisaje y con las casitas que íbamos viendo a nuestra izquierda. Puerto Calero estaba a nuestros pies. Antes de llegar hasta su bocana, hubo que sortear el barranco del Quiquere donde con algo de desgana bajamos y subimos unas escaleras con las bicis a la espalda. Ya no era momento de esfuerzos, se suponía que era la recta final y ese pasillo en la isla debería ser placentero y agradable. Una quebradísima rampa con oxidadas cadenas a modo de barandillas nos recordó que en la web de Pedales de Lava, ese punto era la antesala del descanso eterno.

Pedales de Lava 054Playa Chica fue el último rinconcito por el que pedaleamos hasta llegar a nuestro destino. Se había cerrado el círculo, Alfa y Omega quedaban concatenados para la eternidad. En aquel paseo marítimo nos vimos bajando pequeñas rampitas con escalones muy curiosos. También nos vimos envueltos en una atmósfera muy especial, tal vez me atrevería a decir algo bohemia. Ese paseo estaba encajado entre bellísimas casas de una arquitectura marinera por antonomasia, que invitaban e incitaban a los paseantes a pisar sus dinteles para poder ver que había dentro de ellas. Los alféizares llenos de macetas, lucían vivos colores que alegraban la soleada mañana. Algún gato holgazán se podía ver tumbado contra las fachadas, esperando su hobillo de lana o un saltamontes distraído para hacer algo de ejercicio. Los restaurantes parecían anémonas, en cuanto los turistas se despistaban un poco se veían sentados a la mesa con un mantel repleto de delicias conejeras o comida italiana. Entre aquella explosión de olores y colores unos grupos de buceadores se ajustaban sus trajes de neopreno, sus jackets, revisaban la presión de sus botellas y sudorosos se dirigían a las neumáticas que esperaban varadas en la playa. Estuve a punto de dejar mi bici apoyada en el murete del paseo, sacar mi tarjeta de MASTER DIVER SSI y acercarme a saludar a mi viejo amigo Poseidón. Así, poco a poco, fijándonos en los tenderetes, turistas, tiendas y jardines, fuimos recorriendo el último trecho hasta llegar a Puerto del Carmen.

Habíamos llegado. Nuestra aventura había concluido. Un abrazo selló aquellas páginas de nuestras vidas. Orgullosos nos hicimos unas fotos en la plaza de las Naciones Unidas. Habíamos hecho realidad nuestro capricho, circundar Lanzarote montados en bicicleta. Unas horas después nos enfundamos en las camisetas oficiales de Pedales de Lava y en ese mismo instante, sentimos que todo el trabajo estaba hecho.”

Fin.

Pedales de Lava 056

A modo de epílogo, me gustaría usar este último párrafo, para expresar algunos elogios hacia Daniel, por su entrega como deportista y por su cálida amistad. Quien en ningún momento desfalleció ante ninguna de las pocas adversidades que se nos plantearon en el viaje, tanto sobre las bicis como vestidos con los pantalones vaqueros. Quien no dudó en derrochar camaradería a raudales. Gracias nenico. No puedo cerrar esta crónica sin dejar patente mi admiración hacia Maximiliano Biela quien hizo que toda esta aventura se convirtiera en una divertidísima semana inolvidable. Agradecer a Chema su simpatía y el estar siempre al otro lado del teléfono cuando se le necesitó y ser tan diligente como útil. A la organización en general por estar tan pendientes de nuestros anhelos y necesidades. A Ghost por fabricar unas bicicletas tan resistentes y manejables. A las gentes canarias por su avaricia a la hora de ser amables. A Sergio y Amelia me gustaría volver a llevarlos como compañeros de viaje, pues son una pareja que irradia mucha energía positiva, muchas ganas de pasarlo bien y sobre todo son dos personas de las que se aprende mucho simplemente estando a su lado. Por último y no menos importante, quiero regalar mi último reglón a Clara. Guapa, simpática y excesivamente detallista. Gracias por “El Grifo” y los bombones.

7 comentarios en “* Pedales de lava

  1. chorques Autor

    Menudo tunante estás hecho, donde andarás metido que me contestas a la una de la madrugada casi treinta días después. Menudo pájaro aventurero.

    Maxi, Pedales de Lava es algo diferente, pero el llevarte a ti de la manera que nosotros lo hicimos fue un lujo, eso no lo pueden suplir ni gps’s ni roadbooks ni nada por el estilo.

    Gracias y da recuerdos a todas y todos.

    Por cierto el Taxi nunca llegó al Costamar el último día, nos pillamos uno de urgencia, jajajjajaaaaaa

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  2. maxi

    Hola Luis

    Por fin he tenido tiempo de leer tu crónica. Hijo mio, como tienes cabeza para recordar tanto detalle. No puedo dejar de sentirme orgulloso por haber contribuido con mi pasion por la creacion de lineas imaginarias, a que hayais vivido tantos buenos momentos tanto externos como internos, los cuales reflejas en tu texto.

    Empiezo a ser consciente de lo que es Pedales de Lava. Lo que empezó como un juego de amor a la naturaleza y a la bici, se está convirtiendo en una experiencia única para mucha gente. Eso no hay dinero que lo pague.

    Cuidate mucho y gracias por tu entusiasmo hacia la vida.

    Y saludos a Dani, la sonrisa rodante.

    Maxi

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  3. chorques Autor

    Eduardo, me tenías algo triste. Necesitaba unas palabras de mi mejor lector. Gracias y que sepas que siempre que las escribo, las crónicas, pienso en un poco en ti. El poner el nombre ciéntifico de los alimoches y del águila pescadora fue el guiño hacia ti.

    Un saludo y sigue estudiando como un monstruo que en el futuro tendremos que hacer uso de un gran profesional.

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  4. Eduardolargo

    Buah!! Vaya tela tiene. El otro día vi el documental catalán y hoy más sobrado de tiempo me he animado a leer la crónica. La diferencia me ha recordado una anécdota que aprendí hace poco: Hicieron aprender una historieta a dos grupos de estudiantes del mismo nivel intelectual. No voy a contar la historieta pero a unos les contaron los hechos de una manera objetiva y a los otros de una forma subjetiva, añadiendo emociones, vivencias, percepciones, detalles, pero sobretodo de las primeras. 6 meses después se les preguntó para ver que grupo se acordaba mejor de la historieta.

    No digo más, sólo que sin estas cosas la vida no sería vida.

    Mi más sincera enhorabuena por el trabajo realizado. Es impresionante la cantidad de recuerdos, anécdotas y detalles que eres capaz de sacar en 5 días, y sobretodo, que tengas las ganas de hacerlo por mero placer. Hasta a mí por mero placer me ha costado leerlo entero.

    Gracias Chorques, que grande q’eres pijo!!

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  5. MENDRUGO

    JODER CHICOS!!con la tonteria casi se me saltan las lagrimas….da gusto ver tanta amistad y buen royo , la verdad es que estas aventuras ahi que vivirlas para realmente sentirlas en su plenitud, pero he de reconocer que con esta cronica , al menos por unos minutos, he tenido la sensacion de estar por esos alredodores que tambien nos ha descrito chorques, enhorabuena !

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  6. Pela69

    Gracias, es una palabra tan pequeña pero con un gran significado…y que, en estos tiempos, no se pronuncia tan a menudo como se debería.

    Siempre he querido plasmar mis pensamientos en un papel.

    Siempre pensaré lo importante que es para mi escribir una carta de agradecimiento a las personas que realmente importan, tarea que siempre tengo presente.

    A mis amigos íntimos: Ellos saben quiénes son. Por sus preciados consejos y gratos momentos. Gracias por tú generoso apoyo Luis.

    Siempre estaré en deuda permanente.

    GRACIAS!!!!!!!

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