¡Hasta siempre compañero!

Cartel memorialLa vida para la gran mayoría de nosotros, necios ignorantes, es una amalgama de sensaciones, es cómo ese viejo crisol desconchado del ajado alquimista pleno de arrugas, que desatinadamente busca cambiar lo que cree burdo en lo que considera preciado. Puede que jamás hallemos esa piedra filosofal, ese procedimiento por el cual atribuyamos al plomo el brillo del oro, porque el brillo siempre es brillo, sea el del oro, el de los ojos de un niño, o el de un palo bajo el sol; y la vida no es más que eso: vida, y la muerte… su final.

Hoy me rodeo de amigos, también compañeros, de personas que, cada cual a su manera intenta llenar este mundo con lo mejor que tiene, por eso me gusta estar cerca de ellas. También sé que conoceré gente entrañable, siempre me sucede. En cada evento deportivo tengo la magnífica oportunidad de llenar mi saca de nombres inolvidables. Seguro que acontece un encuentro, nimio pero valedero y auténtico.

El motivo de escribir sobre estas luces que cruzan nuestras sombras más humanas es porque:¡ vamos a correr en un Memorial! ¿Qué es una carrera con este adjetivo añadido?, pues… un momento en el que muchas personas nos damos cita para recordar a alguien que no está, al amigo que cuando estuvo hacía plausible su presencia, y que cuando no estaba próximo no tenía lugar en el olvido.

Yo no puedo decir que tenga un anecdotario pleno de efemérides con José Fernando Almagro Pastor, a quien hoy homenajeamos, pero sí trabajé de forma conjunta con él, tuve la oportunidad de compartir algún que otro momento de mantel y uniforme, curiosamente en mis devenires ciclistas por las carreteras del Valle de Ricote me lo encontraba en cruces y rotondas, y siempre que le saludaba bajo mi casco, él bajo el suyo oficial, me alzaba la mano y arrojaba una risotada. Esa puede que sea la imagen más indeleble que todos tengamos de José, la de un gigante risueño y bonachón.

Su pueblo nos acoge, sus gentes nos sonríen y tanto mayores como niños nos tienden su hospitalidad.

La tarde comenzó con un pequeño sorbo de un brebaje amargo, pero creo que obviándolo consigo ser el vencedor de la batalla, con o sin razón. Tras varias peripecias de tebeo conseguimos un dorsal para cada uno, así, contándolo de esta manera ahorro descalificaciones, palabras mal sonantes y haceros desempolvar malos modos a los lectores. Nos quedamos con la chispa de que ya tenemos dorsal, aun habiéndose agotado estos teóricamente y tener la toalla en la mano para lanzarla al cuadrilátero y marcharnos.

Mariam, Truji y Sincro ya llevan una cuartilla xerografiada al pecho, cerca de nuestros corazones, donde cada uno a nuestra manera albergamos el recuerdo.

Hemos tenido la suerte de saludar a Sergio, compañero injustamente castigado por la vida y sus títeres. También a nuestro personaje huido a tierras boreales: “el costi”.

Cartel memorial II

Entre soslayadas miradas y sin conocernos personalmente nos hemos saludado en silencio muchos compañeros de profesión. Sabemos que somos guardias civiles porque nos hemos cruzado en algún momento de nuestros servicios. Tampoco es propio ir preguntado a todo semejante si es compañero o no, sería una actitud cansina en demasía y hoy toca acabar cansados pero después de correr por las calles de la Hoya del Campo.

En las lides disputadas para la obtención de los tan codiciados dorsales, Lucas, un veterano del Cuerpo y durante muchos años compañero directo de Almagro, nos presenta a Montse y a su marido, ambos también del gremio.

Ya no somos un trío de ases, somos una escalera de color, incluso creo que jugamos con dos barajas por la buena mano que conformamos todos juntos. Entre sonrisas nos ponemos un poco al día de donde estamos destinados, promociones y demás chascarrillos que nuestra profesión conlleva, es inevitable, somos así, somos eso: guardias civiles.

Las categorías infantiles corren primero, llenan sus pechitos de aire fresco, de inocencia, con la ilusión que se filtra entre todos los vecinos y corredores asistentes. Ellos corren con todo su empuje, aprietan dientes y puños por ser los primeros. Para estas personitas tan tiernas hoy es un día de fiesta, es su carrera, donde quieren lucirse y ser más veloces que el ónix en la sabana o el viento en la estepa. Se merecen un fuerte aplauso a su llegada a Meta, son los auténticos campeones, todos se merecen subir al cajón del podio.

Los veteranos, los adultos, los que creemos que todo lo sabemos y todo lo podemos, y sonrío mientras escribo estas palabras pues de buena tinta sé no tenemos ni pajolera idea de casi nada; aguardamos nuestro momento también impacientes, en nuestras venas nos quema un poco la tristeza, ninguno quisiéramos estar aquí si se pudiésemos evitar lo inevitable.

Tras mucha indecisión, vamos a correr en la distancia de tres kilómetros y medio, qué mejor manera de participar que haciéndolo todos juntos, en tropel, en armonía.

Salimos a trote cochinero, pronto las liebres saltan entre las aceras y adoquines, doblando las esquinas como cuando hacemos una pajarita de papel, sin miedo y con decisión. Un generoso contingente nos quedamos en retaguardia bromeando, trotando y disfrutando del momento.

grupo memorial

Las luces del día se escapan entre los viñedos que rodean la pedanía, las bodegas esconden tras sus silos las últimas luces del atardecer. Todo va cambiando, el paso de la luz solar al alumbrado público confiere un toque mágico, aparecen las sombras y en el escenario hay más elementos.

Mariam aqueja un dolor en los gemelos y se ralentiza, camina, la sigo y me quedo a su vera pero me hostiga para que siga corriendo. A mí hoy no me hace falta llegar a ningún sitio, estar caminado a su lado es la forma de expresar mi solidaridad, mi dosis de empatía, pero me jalea demasiado y comprendo que he de hacerle caso, así que aprieto cuatro brincos y me pongo a buscar a Trujillo y a Lucas.

En mi héjira, paso por calles llenas de familias sentadas al fresco en sus portales que a mi paso aplauden, ríen y me animan. Voy sofocado, hay un gran trecho hasta mis dos amigos y los hectómetros a este ritmo se hacen durillos.

Adelantando a una joven parejita, me llevo una grata sorpresa, él me pregunta si soy Chorques. Le tiendo la mano y sonriente le contesto que sí, que ese soy yo. Y como si nos conociésemos de toda la vida, me dice que es amigo de Humberto y me conoce de oídas y por facebook. Sonrío y me viene a la mente la imagen de mi buen amigo Hummer, quien tras su perilla esconde como los icebergs, siete veces más persona de la que todos podemos ver a primera vista. Continúo a mi ritmo perseguidor y ellos felices siguen carrera al suyo.

Les veo, les tengo al final de la calle, sé que ya no les voy a dar alcance pero no dejo de subir el ritmo. El coraje me hierve. Estos últimos metros los recorro con lágrimas que se agolpan en mi interior pugnando por salir todas a la misma vez. Cuando pase bajo el arco de llegada mi único pensamiento será un fuerte abrazo hacia donde quiera que esté el alma de José.

Sonriente y mirando al cielo doy fin a esta breve pero gran carrera. Me fundo en un abrazo con Lucas y Trujillo, quien me tiende un vaso de bebida isotónica muy fresquita y me devuelve el aliento de manera inmediata.

Apenas acabo el trago y los de Gandía ya están reclamando su hueco entre nosotros y poco después, trotando, cual campeona invicta llega Mariam.

Qué bonita experiencia la de esta tarde campera. Al final sabía que me llevaría la mochila llena de gente nueva, y así ha sido, vale la pena.

Lucas medio en broma medio en serio dice que va a correr también la carrera final, la absoluta de siete kilómetros. Le ofrezco mi dorsal y rápidamente le alfileteo la camiseta y lo ponemos en línea de salida, junto a los galgos que van a fundir sus suelas por ser los más veloces.

Cómo mi coche está aparcado dentro del trazado del recorrido, nos toca cambiarnos las camisetas sudadas por otras secas y disfrutando de la fiesta nos convertimos en espectadores. Aplaudimos y animamos a todo ser viviente que corre ante nuestra posición. No dejamos tranquilo a nadie, a todos les damos una ración de vocingleo y escándalo.

La luna ya está alta, nos dice que es hora de retirarnos y así lo hacemos. Despedidas, abrazos, miradas sinceras y alegres, apretones de manos e invitaciones para que no sea la última vez que nos veamos. Así, disparando con esta pólvora real acaba todo.

Antes de dejar atrás la pedanía dejo un último pensamiento en el aire: “Hasta siempre Almagro, cuánto me gustaría no haber corrido hoy en tu honor”.

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