Póker de Ases

  Hoy el escenario no es ninguna gran montaña, ningún evento en el que haya que llegar concienciado, mentalizado, preparado y bien pertrechado. Esta mañana vamos a dar un paseo entre amigos, vamos a disfrutar de un escenario que hace mucho tiempo que Antonio Lloret quiere enseñarme. Un paraje de lo más singular. Este rincón costero es: Río Seco.

                Tampoco hay que madrugar mucho, los comprometidos estamos alojados en el área, unos de vacaciones y otros visitando a la familia.

                Juan Montoya, Antonio Bernal, Antonio LLoret y yo, un poker de ases. Cuatro ciclistas cáusticos que llevan muchas horas de pedaleo en sus ejes.

                Sonrientes y siguiendo a uno de los dos pilares de la comitiva, nos imbuimos en el prieto lecho fluvial.

Lo primero que notamos es la diferencia térmica. Un agradable y fresquito vientecillo es lo que va chocando contra nuestros rostros. El entorno es umbrío, escueto, tupido y serpenteante. La vegetación es puramente mediterránea, el pasillo verde está lleno de algarrobos, pinares bajos, lentiscos, toda clase de enredaderas herbáceas, arbustos aromáticos, algunos palmitos, en los flancos altos hay hasta viejos almendros de secano.

                Poco a poco nuestro paso se va estrangulando, deja de ser un camino terroso y polvoriento, para transformarse en una diminuta senda entre jardines líticos, roquedos sueltos, pequeñas dunas fósiles, canchales de gravilla suelta y pasarelas de madera.

                Cada pedalada me va seduciendo, hace que sea imposible gastar algo de indiferencia, estamos entrando en el corredor que este viejo cauce ha ido excavándose para alcanzar la lengua de mar y donar sus dulces y fértiles aguas de lluvia.

                Vamos lentos, disfrutando de los mini obstáculos que nos surgen, que si bien son pequeños no dejan de ser en algunos momentos muy técnicos, poniendo a prueba nuestra pericia y a veces nuestro atrevimiento, pues… para poder franquear muchas de estas barreras de areniscas parapetadas hay que confiar en que levantando con fuerza el manillar y estrellando la rueda delantera con decisión, las vamos a vencer.

                En fila india, de a uno, en pelotón, siguiendo al promotor nos deslizamos abanicadamente entre arbustos, mini peraltes, embudos calizos y lejas rocosas muy divertida.

                Hay momentos en los que me encantaría parar y poder fotografiar como la erosión ha ido esculpiendo la rubia y cristalina arena sedimentada con el paso de las olas y las mareas. Las formas son de lo más caprichosas, casi puedo jugar a ir adivinando figuras quiméricas como cuando miramos al cielo y jugamos con las nubes en busca de dragones.

                El contraste cromático es precioso, los verdes, los grises y los leoninos alberos del arenal combinan de forma armoniosa y hasta incluso relajante. Pasear por este sinuoso e incomparable paraje es un capricho del que no hay que privarse, y si se hace sobre el sillín de una buena bicicleta de montaña, mejor que mejor, se puede sentir extraordinariamente el relieve, incluso más que cuando vamos caminando o corriendo.

                Los pajarillos trinan alegremente ocultos en las sombras.

                Nosotros seguimos pedaleando y pedaleando, escrutando al máximo el paisaje, impregnándonos de la magia natural de Río Seco.

                No hay desnivel suficiente como para que nuestras piernas pidan auxilio a la ida, pero si el necesario para transformar nuestro retorno en una alocada procesión de posesos, de ojos inyectados, polvorientos, rápidos y ávidos. Cuatro manchas que a gran velocidad van trillando y hoyando todo lo que se pone frente a sus ruedas delanteras. En algunos tramos hasta volando, pues los pequeños obstáculos que de subida eran escalones que había que derrotar a golpe de pedal y riñón, ahora son despreciados al despegar las gomas de ellos y dejarlos atrás sin apenas gloria alguna.

                La diversión es máxima.

                Son algo más de dos horas las que hemos necesitado para completar nuestro objetivo, pero como todos bien sabemos, lo breve si bueno… dos veces bueno.

                Ha sido un lujo poder sentirme parte dinámica en un paisaje tan vivo, tan longevo, tan atractivo.

                Acabando la ruta, acabando el capricho, dejando atrás un buen recuerdo, habiendo gastado buenas conversaciones y muchos momentos risueños. Creo que para acabar bien, hemos de hacer caso a nuestros instintos más atávicos, más propios del ser antropomorfo, más en la línea del ciclista abnegado y aplicado, e irnos a un bar donde bebernos unas buenas cervezas y comentar todo lo necesario para arreglar el mundo y con las que empezar a planear nuevas jornadas.

                Ha sido un placer pedalear con tres grandes amigos. Un abrazo fortísimo y nos vemos en la próxima.

Pd: Antonio, tenías razón, la zona es espectacular !!!