El último crepúsculo de 2012

pepe rushHay momentos que podemos llamar casualidad, coincidencia, o hasta incluso: puntería. Eso es lo que me ocurrió hace unas semanas en el nacimiento del río Vinalopó. Justo acababa de llegar con mis amigos de la Revolusión, y nada más dejar mi bicicleta apoyada sobre un árbol, veo llegar a tres ciclistas que seguían nuestros pasos. A uno de ellos mi memoria rápidamente lo reconoció, a pesar del casco, las gafas, la chaqueta negra, los guantes y todos los pertrechos que llevamos puestos cuando practicamos nuestro deporte. Difícil no reconocer la figura de Pepe Rush, que para más “inri” pedalea sobre una lefty desde hace mucho tiempo y en alguna parte de su ser lleva instalada una cámara de vídeo.

                Tras el momento de sorpresa, nos dimos un firme apretón de manos y comenzamos a charlar sobre futuros proyectos, momentos pretéritos y amigos en común que se han quedado por los caminos. Los minutos pasaron y llegó la hora de partir. Lo hicimos juntos ambos grupos, durante unos minutos compartimos sendas, pero en breve el camino nos separó.

                Entre todo lo que pudimos hablar en aquel embutido momento, quedaron patentes las ganas de volver a pedalear juntos, y sobre todo quedó zanjado el tema de mi asistencia a su ruta estrella, la ruta de Yaincoa: The Gladiator.

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                Todo eso me caló hondo, pues que en aquel punto remoto del país, aquel día y justamente en aquel momento, nos encontrásemos después de varios años sin vernos, fue algo ciertamente interesante y atractivo de recordar.

                Me resisto a dejar pasar tanto tiempo antes de volver a coincidir, en alguna ruta, con esta gente de Elda, que tan carismáticamente practica el ciclismo de montaña. Cómo facebook nos mantiene al día de casi todo lo que queremos hacer público, veo que se van a despedir el año a la cima del Cid, un enorme gigante lítico que vigila la ciudad de Elda. Y como tengo el día libre y no tengo reparos en tirar mi Stumpy en la bodega de mi furgoneta, me presento en el punto de encuentro, el día treinta y uno de diciembre, sobre las cuatro de la tarde.

                Hago carambola, pues además de volver a encontrarme con El Secuaz, con Pepe Rush, también conozco a Pere y a Elena, viejos amigos cibernéticos, a los que tenía ganas de conocer en persona y por supuesto, compartir ruta con ambos. Así que una vez amalgamados todos, comenzamos el ascenso tras abandonar el asfalto callejero de la urbe.

                Un detalle que a todos llama mucho la atención, es mi poca ropa, hace fresquete, pero yo soy muy caluroso y con una manga corta, un chaleco y las medias compresivas, me es suficiente para llegar hasta el punto más alto. Después para la bajada llevo en la mochila una muda seca de camiseta, chaleco, bufanda windtex y chaqueta plástica corta vientos.

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                La tarde comienza por una sendita que nos lleva hasta una pista rugosa. El desnivel poco a poco va incrementándose, a la par que va desapareciendo el firme y destacando el roquedo emergente de la tierra. Es divertida esta subida, te exige un toque de fuerza y un constante escrutinio del terreno para elegir la mejor trazada.

                Elena me sorprende, maneja el plato mediano de su LP, como una jabata. Vamos hablando y hablando, aburriendo a las encinas, a los pinos y a las piedras si se entretuvieran en escucharnos. Somos de una condición similar, somos: charlatanes lenguaraces.

                Pere, tiene una conversación que exige ser escuchado, es hombre de palabras medidas y calibradas, interesante. Junto a él voy a terminar el ascenso, pues tenemos un amigo en común y nos entretenemos destripando un poco las sensaciones que ambos tuvimos hace poco en un evento algo decepcionante en  Teruel.

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                Javi, está griposo y nos acompaña hasta mitad del camino, sus fuerzas se ven mermadas por esos bichitos que nos roban las fuerzas desde dentro. Y Pepe, no deja de ir atendiendo a los que van en el vagón de cola. Sube y baja, atendiendo a todo el mundo, pero prefiere ir dando aliento a los más retrasados.

                Una vez en la cumbre, los ojos comienzan a registrar una panorámica de trescientos sesenta grados fascinante, estamos en un punto que permite la contemplación de una gran porción de la región de Alicante. Puedo ver a lo lejos mi sierra de la Pila, y mientras les indico donde está mi corazón enterrado entre encinas y enebros, me llega un sms,  resulta ser de mi compañero de fatigas. Diego Ortuño, está en el pico de La Pila, tampoco ha podido resistir la tentación de contemplar el último rayo de sol del año, haciendo lo que más nos gusta.

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                Nuevamente otra coincidencia, estamos visualmente en línea y ambos haciendo lo mismo.

                Unas copitas de orujo y muchos dulces de navidad comienzan a salir de las mochilas y en un momento hemos montado un cotillón al más puro estilo discotequero de los noventa. El frío comienza a azotarnos y el viento a soplar con más intensidad, así que es hora de encender las linternas y volver a la ciudad. En unas pocas horas hay que sentarse a la mesa en familia.

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                Ha sido un momento místico, ver como se ocultaba el astro rey tras el horizonte, poder ver las últimas luces del año, recrearme con la magia del ocaso. Ha valido la pena hacer el viaje.

                La despedida es rápida, fotos de recuerdo y muchos deseos positivos para el año entrante, y por su puesto muchas rutas sobre la mesa para compartir.

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